El sonido del abrecartas rasgando el sobre cortó el silencio del despacho. Los dos hijos del difunto y sus respectivas madres prestaron atención. Tommy era quizás quien se encontraba más nervioso de los cuatro. Y resentido. Al fin y al cabo, había tenido que llegar a conocer a su verdadero padre en la esquela que le mostró su madre días antes.
—Tommy, querido —le había dicho su madre mientras desayunaban en la mesa de la cocina. A pesar de tener veinticinco años, ella aún se refería a su hijo con ese ridículo diminutivo—, mira esto.
Le extendió el periódico, abierto por el obituario y señalando una de las esquelas. Él la leyó en voz alta: