miércoles, 23 de mayo de 2012

Los nuevos vecinos


Llega al portal de su edificio. Sobre la espalda carga en bandolera una bolsa de comida y el peso de la jornada laboral. En su cabeza, las ganas de repantigarse en el sofá, hacer unas palomitas y beber vino mientras ve una serie con su novia. Cuando va a introducir la llave en la cerradura, comprueba que la puerta se encuentra abierta. Entra, la cierra y enciende la luz. La finca data del año mil novecientos, se percibe en las angostas escaleras y la escasa altura del techo de la entrada. Apenas ha llegado al rellano de la primera planta le golpea un intenso olor a queso, o lo que cree que es queso. Oye un sonido de bolsas, pero no escucha pasos de vecino. Sube dos escalones más y se topa con una mujer mayor: tez sucia, pelo enmarañado, pijama, bolsa con dos barras de pan, una manta enrollada en un brazo. Buenas noches, saluda educadamente ella, Buenas noches, responde él. No se miran. Ella desciende las escaleras de forma silenciosa; él asciende del mismo modo. Después no oye que la mujer haya abierto la puerta de la calle. Recuerda que dos días atrás le había llamado la atención una hoja pegada en la pared junto a los buzones, escrita por algún vecino: por favor, cerrar la puerta porque entran indigentes y lo llenan todo de mierda. Hoy no la ha visto. Por dentro percibe el choque contradictorio de dos sensaciones: asegurarse de que el portal esté cerrado y, si encuentra a la mujer, invitarla de forma diplomática a que se vaya para evitar problemas; o bien dejarla tranquila, que tampoco hace daño y suficientes tribulaciones tiene ya.

jueves, 3 de mayo de 2012

Cuento de azadas


(Este microrrelato pertenece a la tercera jornada de la Primavera de microrrelatos indignados, convocatoria propuesta por Explorando Lilliput y La colina naranja. En estos dos blogs se pueden leer los textos de los demás indignados)

La tasa de paro finalmente desplegó las alas y alcanzó el ciento por cien. Su aliento prendió los lindes del reino y éste quedó aislado del resto del mundo.

Los políticos, que no contaban ni como empleados ni como desempleados, se remangaron las enaguas, abandonaron su palacio y corrieron a refugiarse en las torres de los señores banqueros.

Los hombres, ante la llegada del reinado de las tinieblas, migraron de la ciudad al campo. Regresaron a los caseríos de sus antepasados y retomaron las labores de agricultura y ganadería. Entonces se dieron cuenta de que no necesitaban estar conectados a la mente enjambre de la metrópoli. Lo percibieron en sus labios, cuyo tacto no reflejaban rastro alguno de la sequedad que provocaba el ritmo militar del capitalismo.

Y durmieron a la sombra de un almendro; y perdieron el tono cetrino de sus pieles; y cada gota de sudor que caía de sus frentes, resbalaba por la nariz y se posaba sobre sus labios les suponía un triunfo, porque el beneficio de aquella labor repercutía sólo en ellos; y cada vez que cagaban bajo la luz del Lorenzo olvidaban una estúpida noción de economía; y fueron felices y comieron perdices, y tomates que sabían a tomate, y lechugas que sabían a lechuga.

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