martes, 18 de noviembre de 2008

Lo que nos hace daño (II)


Una punzada en el estómago y un olor a hojaldre recién horneado hicieron las veces de despertador. La luna había sido reemplazada por un sol cegador, y el suelo metálico era ahora un acogedor manto de hierba; estaba en un parque repleto de gente, y el aroma procedía de una pastelería cercana. Recuperé la verticalidad, vestido con las prendas que antes de ser encarcelado habían sido habituales en mí, un pantalón vaquero viciado con la forma de mis abultadas rodillas, una camiseta desgastada, y unas zapatillas deportivas compradas en un supermercado barato. Hurgué en los bolsillos del pantalón para buscar unas monedas con que saciar mi atroz apetito a base de hojaldre y chocolate, y conseguí sacar un par de euros; no había ni rastro de los restos de la pastilla.

Antes de dirigirme hacia la pastelería, una fuente en mitad del parque acaparó toda mi atención. Como estatua central había una mujer de mármol blanco sin rostro, con los brazos alzados y una falda lucida con garbo, y el agua brotaba por los puños de su blusa. Me aproximé, obnubilado por su figura, y, a escasos metros, su rostro adquirió facciones muy familiares.

Recordé aquellos días pasados, hundido por culpa del desinterés con que ella premió toda mi entrega. Toda vez que le regalaba un buen gesto, ella lo devolvía con parcas palabras. Sin embargo, no había día en que no regresara a peregrinar a su altar, el cual ganaba altura por cada plegaria que le confiaba, por muy pernicioso que ello fuese. Después de un tiempo, desapareció de mi vida, porque el ser humano se acaba cansando de todo, incluso de sufrir.

Y ahora se había convertido en una resplandeciente fuente henchida de cagadas de palomas.

Permanecí unos instantes contemplándola, los suficientes como para regar con su agua mi atrofiada semilla de resentimiento hacia ella. "Ahí te quedas", le dije, dándole la espalda para encaminarme a la pastelería. Pero en realidad yo sabía que volvería a ser atraído por su soga, como oveja a su redil.

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