lunes, 2 de julio de 2012

No soy español, español, español


Lo reconozco, hace cuatro años pillé una borrachera de campeonato tras la consecución de la Eurocopa de Austria y Suiza. Sin embargo, esta vez la situación se antoja radicalmente distinta y mi indignación ha dicho ya está bien. Digamos que he madurado y superado la prueba: ha terminado la Eurocopa y no he visto un solo partido, es más, ni siquiera sé qué jugadores fueron convocados por Vicente del Bosque. En realidad, no es más que una cuestión de principios, pues, si me siento disconforme con la burbuja futbolística, tendré que ser consecuente con mis ideas. Y es que, mientras el combinado nacional luchaba en los despachos por poder guardar un minuto de silencio al inicio de los partidos y rendir homenaje a un compañero fallecido —un bello gesto, desde luego—, nosotros, los ciudadanos, deberíamos haber guardado un minuto de silencio al final de la final, y dejar tanta trompeta, y dejar tanta algarabía, coño: un minuto de silencio por los trescientos mil euros limpios que ganará cada uno de los futbolistas, incluso los que no han tocado balón; un minuto de silencio por los millones de parados; un minuto de silencio por los recortes en derechos ciudadanos; un minuto de silencio por el sometimiento que nos imponen los mercados; un minuto de silencio por tanta corrupción consentida; un minuto de silencio por los copagos, repagos, tarifazos y subidas de luz, agua y pan; un minuto de silencio por la prepotencia, incompetencia y oscurantismo de nuestros mandatarios; un minuto de silencio por las generaciones conformistas; un minuto de silencio por las banderas nazis que salen a la calle, cada vez con más fuerza; un minuto de silencio por el vandalismo en que desembocan estas celebraciones.

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