La alarma no había sonado, se despertó de puro cansancio. Dormir demasiado lo dejaba agotado y malhumorado. La luz nunca llegaba a atravesar el cristal traslúcido de la ventana del zulo de paredes blancas que algunos consideraban habitación. Allí dentro siempre era de noche. La lámpara fluorescente que iluminaba durante todo el día parpadeaba y emitía un zumbido característico que recordaba a un hospital siniestro. Le irritaba malvivir en ese cuarto.
Abrió la puerta y una ráfaga de frío atravesó el pasillo, pasó impúdica por entre sus piernas, e irrumpió en la habitación. Se le erizó el vello de todo su cuerpo. No soportaba las diferencias acusadas de temperatura entre el día y la noche, entre dentro y fuera, arriba y abajo.