lunes, 31 de mayo de 2010

Setlist


Aparté la mirada de los dos hombres y me senté en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. Me acurruqué y rodeé mis piernas con los brazos. Miré al cielo y era gris; miré al suelo y también era gris. Todo era humo y tierra baldía, donde estaban enterrados los huesos de los besos de la juventud que se me escapaba. Así, abrazado a la tristeza, suspiré por no poder convertir el ocio en mi día a día. Fui consciente de que los tiempos sin responsabilidades quedaban lejos. Me sentía pesado como los andares de un soldadito marinero tras su solitario regreso a "la cuisine de Bernard" del puerto.

"¿Qué mierda de vida es esta, que incluso los ratos de ocio hay que pasarlos mirando la hora?" Me lamenté. "Ya no quiero beber hasta perder el control a base de whisky barato y cerveza sin fuerza. Aunque los falsos valores se vendan tras una barra americana y en empresas de todo a cien, quiero seguir creyendo que aún existe algo de pureza. Si no, ¿qué es esa luz que procede del fondo del abismo?"

martes, 25 de mayo de 2010

Estraperlistas


Estaba agotado. Permanecí en estado de semiinconsciencia el tiempo que se tomó la lava para petrificarse y reducir las emisiones de vapores tóxicos. Los sentidos regresaron juntos a mi cuerpo; se agolparon y sufrí de una sola vez mareos, punzadas, arcadas y dolores por las quemaduras. Las nubes habían secuestrado al sol, y todo estaba inmerso en la oscuridad que despedían. Latón seguía junto a mí. Lo intenté mover, pero algunas partes de su maquinaria se habían quedado pegadas al banco. Empujé con más fuerza y conseguí tirarlo al suelo. Al despegarse produjo el sonido de un plástico que se rasga. Pura chatarra.

Me sentía cual náufrago aferrado a una balsa clavada en el fondo del mar. Estiré el brazo con sumo cuidado para tocar el suelo. Estaba caliente como el asfalto a media tarde de un día de verano, pero al menos no ardía. Me puse en pie y caminé hacia las ruinas de la cárcel, donde supuse que, de seguir existiendo, mi corazón seco lo encontraría allí.

Entre los escombros hallé el cráter que la erupción había abierto en el suelo.

sábado, 22 de mayo de 2010

El cargador de Eyjafjällajokull


Entré de nuevo en la cárcel acompañado por Cerebro, con la extraña sensación de haber pasado mucho tiempo fuera. Lo hice a disgusto, pero no tenía otra cosa que hacer. Obedecí por sistema.

Pasé de largo de la celda de Burns. No intercambiamos miradas. Nos habíamos convertido en enemigos no confesos. Ninguno de los dos nos lo habíamos comunicado, pero bastaba la nula convivencia que practicábamos. Si su vestimenta le daba buen porte en el hábitat natural de los hombres de negocios, en aquel lugar se me antojaba estúpido. Me sacaba de quicio a pesar de que, desde su llegada, Burns apenas había causado molestias. Pasaba los días en su celda cerrando acuerdos empresariales con un teléfono de última generación. Mientras conversaba, caminaba en círculos; se trataba del ritual del ejecutivo, cual si fuera la danza de la lluvia, pero en este caso, para atraer emolumentos.

Me senté en la cama. Conciencia aún seguía allí, y Cerebro había desaparecido. Comencé a agitar las piernas impacientemente. Me encontraba tenso. Tenía la sensación de querer hacer muchas cosas, y a la vez ninguna. Me levanté y di paseos cortos. Las paredes lucían tantas manchas que resultaba imposible no solapar las siluetas resultantes.

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