Aparté la mirada de los dos hombres y me senté en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. Me acurruqué y rodeé mis piernas con los brazos. Miré al cielo y era gris; miré al suelo y también era gris. Todo era humo y tierra baldía, donde estaban enterrados los huesos de los besos de la juventud que se me escapaba. Así, abrazado a la tristeza, suspiré por no poder convertir el ocio en mi día a día. Fui consciente de que los tiempos sin responsabilidades quedaban lejos. Me sentía pesado como los andares de un soldadito marinero tras su solitario regreso a "la cuisine de Bernard" del puerto.
"¿Qué mierda de vida es esta, que incluso los ratos de ocio hay que pasarlos mirando la hora?" Me lamenté. "Ya no quiero beber hasta perder el control a base de whisky barato y cerveza sin fuerza. Aunque los falsos valores se vendan tras una barra americana y en empresas de todo a cien, quiero seguir creyendo que aún existe algo de pureza. Si no, ¿qué es esa luz que procede del fondo del abismo?"