viernes, 21 de diciembre de 2012

Apocalipsis y pianos


¿Hola? ¿Seguís en línea? ¿Me leéis? Eso me consuela, pensé que nunca llegaría a escribir la historia número 100 del blog, y qué mejor día que éste, el del Apocalipsis apócrifo.

No es que quiera dármelas de listillo ahora que ha salido el sol, es que nunca llegué a creer que el mundo se fuera a acabar hoy. No nos merecemos una extinción tan épica. Es más, seguramente la raza humana, cuyo mayor error fue comenzar a existir, acabe sus días sepultada bajo siete mil millones de pianos caídos desde las azoteas.

Tengo un amigo que siempre hace el mismo camino de vuelta a casa cuando termina su jornada de trabajo. Pasa junto a un tanatorio y me dice que nunca, en los más de quinientos días que lleva realizando el trayecto, ha visto una sola lágrima resbalar por la carne viva. Le digo que a lo mejor da la casualidad de que aquel tanatorio es adonde van a parar las personas que merecen morir.

lunes, 26 de noviembre de 2012

La voluntat d'un poble


Resulta llamativo que en, según los entendidos, el día más importante de la historia reciente de Catalunya no haya ejercido su derecho al voto tres de cada diez ciudadanos. Al final va a resultar que no era tan importante.

Las elecciones de Catalunya han sido un insulto a la inteligencia, un monumental ejemplo de manipulación y de oportunismo. Montar una campaña electoral en torno a la independencia de este pueblo, como si a Catalunya sólo le robaran los andaluces, extremeños y demás vividores de la piel de toro, me parece ofensivo.

Tengo que decir, para dejar las cosas claras antes de continuar con este escupitajo que voy a lanzar a la política, que soy gaditano y ciudadano empadronado en Barcelona, y he querido simplificar estas elecciones limitándome a la lectura de la propaganda electoral que, de un día para otro, me encontré en el buzón, a saber: CiU, ERC-Cat Sí, PSC, PP, ICV, SI, CUP, VD. Propaganda que, por otra parte, debería servir como primera impresión y presentación para interesarse por unos o por otros antes de proceder a la lectura exhaustiva de sus programas.

jueves, 22 de noviembre de 2012

I love you


El profesor garabatea en la pizarra lo que parece ser un edificio de tres plantas. No debe de ser muy bueno jugando al Pictionary. En el supuesto friso de la azotea escribe una frase corta:

I love you

–Si paseáis por la calle –comenta el profesor– y os encontráis con esto escrito en el edificio, os parecerá una frase cualquiera, una bonita demostración de amor sin más. Pero lo que hay escrito no es esto, sino esto otro. –Y entre paréntesis, tras la palabra love, traza una D:

I love(d) you

–Ahora ya no dice "te quiero", sino "te quería". ¿Qué pensáis ahora?

En ese momento la imaginación comienza a volar. ¿Por qué una persona siente la necesidad de escribir semejante frase en un lugar visible por todos los peatones? ¿Por qué esa persona ya no quiere a la otra? ¿Hubo una infidelidad o algún malentendido? ¿Celos, quizás? ¿Uno de los dos ha dicho basta? ¿Han sido víctimas del estrés del día a día? ¿Llegó a ser correspondido ese amor?

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Fuente de energía


La sombra del escritor

Cada vez que imagino el espacio de trabajo de un escritor puedo visualizar sus dedos tecleando sobre una máquina de escribir o un ordenador portátil; en un espacio abierto a la naturaleza o un despacho con un único punto de luz por debajo de sus ojos, que sólo ilumina las palabras que escribe; pero lo que nunca puedo disociar de esta visión, cuando el escritor mira al aire en busca de su musa, es al artista sostenido por un cigarro y el suave humo del café que tiene frente a él. Yo, que ni fumo ni tomo café, siento que me sobran las manos cuando me pierdo en el vacío del universo creativo. Quizás, por ello, muchas veces me falta el temple de los constantes o la inspiración de los que lo hacen por vocación.

Quizás, por ello, no llegaré a ser escritor.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Chaparrón


Aguantando el chaparrón

Ir al trabajo en bicicleta bajo un intenso aguacero y haber sido consciente de ello antes de salir de casa tiene algo de infantil y un poco de canalla. Rompe de pleno con el corsé de empresa, sin ser acusado de falta de higiene personal o no cumplir las normas de etiqueta, y a la vez te traslada a la época en la que el pequeño yo calzaba katiuskas y saltaba de charco en charco antes de llegar a casa. Ducha templada y comida en la mesa. Bendita inocencia.

Pero en la oficina, en lugar de esperarte tu madre con mirada severa aunque condescendiente, te recibe el látigo del jefe con una sarta de palabras de agradecimiento para ti: las modificaciones que realizaste ayer no funcionan, este proceso falla, esta tabla no existe, las cosas se deben probar, esto tenía que estar terminado hace semanas. La ropa mojada, los bajos de los pantalones salpicados de barro, antes graciosas e infantiles, ahora relucen grotescamente como andrajos. Ay, empezaste el día con mal pie...

lunes, 2 de julio de 2012

No soy español, español, español


Lo reconozco, hace cuatro años pillé una borrachera de campeonato tras la consecución de la Eurocopa de Austria y Suiza. Sin embargo, esta vez la situación se antoja radicalmente distinta y mi indignación ha dicho ya está bien. Digamos que he madurado y superado la prueba: ha terminado la Eurocopa y no he visto un solo partido, es más, ni siquiera sé qué jugadores fueron convocados por Vicente del Bosque. En realidad, no es más que una cuestión de principios, pues, si me siento disconforme con la burbuja futbolística, tendré que ser consecuente con mis ideas. Y es que, mientras el combinado nacional luchaba en los despachos por poder guardar un minuto de silencio al inicio de los partidos y rendir homenaje a un compañero fallecido —un bello gesto, desde luego—, nosotros, los ciudadanos, deberíamos haber guardado un minuto de silencio al final de la final, y dejar tanta trompeta, y dejar tanta algarabía, coño: un minuto de silencio por los trescientos mil euros limpios que ganará cada uno de los futbolistas, incluso los que no han tocado balón; un minuto de silencio por los millones de parados; un minuto de silencio por los recortes en derechos ciudadanos; un minuto de silencio por el sometimiento que nos imponen los mercados; un minuto de silencio por tanta corrupción consentida; un minuto de silencio por los copagos, repagos, tarifazos y subidas de luz, agua y pan; un minuto de silencio por la prepotencia, incompetencia y oscurantismo de nuestros mandatarios; un minuto de silencio por las generaciones conformistas; un minuto de silencio por las banderas nazis que salen a la calle, cada vez con más fuerza; un minuto de silencio por el vandalismo en que desembocan estas celebraciones.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Los nuevos vecinos


Llega al portal de su edificio. Sobre la espalda carga en bandolera una bolsa de comida y el peso de la jornada laboral. En su cabeza, las ganas de repantigarse en el sofá, hacer unas palomitas y beber vino mientras ve una serie con su novia. Cuando va a introducir la llave en la cerradura, comprueba que la puerta se encuentra abierta. Entra, la cierra y enciende la luz. La finca data del año mil novecientos, se percibe en las angostas escaleras y la escasa altura del techo de la entrada. Apenas ha llegado al rellano de la primera planta le golpea un intenso olor a queso, o lo que cree que es queso. Oye un sonido de bolsas, pero no escucha pasos de vecino. Sube dos escalones más y se topa con una mujer mayor: tez sucia, pelo enmarañado, pijama, bolsa con dos barras de pan, una manta enrollada en un brazo. Buenas noches, saluda educadamente ella, Buenas noches, responde él. No se miran. Ella desciende las escaleras de forma silenciosa; él asciende del mismo modo. Después no oye que la mujer haya abierto la puerta de la calle. Recuerda que dos días atrás le había llamado la atención una hoja pegada en la pared junto a los buzones, escrita por algún vecino: por favor, cerrar la puerta porque entran indigentes y lo llenan todo de mierda. Hoy no la ha visto. Por dentro percibe el choque contradictorio de dos sensaciones: asegurarse de que el portal esté cerrado y, si encuentra a la mujer, invitarla de forma diplomática a que se vaya para evitar problemas; o bien dejarla tranquila, que tampoco hace daño y suficientes tribulaciones tiene ya.

jueves, 3 de mayo de 2012

Cuento de azadas


(Este microrrelato pertenece a la tercera jornada de la Primavera de microrrelatos indignados, convocatoria propuesta por Explorando Lilliput y La colina naranja. En estos dos blogs se pueden leer los textos de los demás indignados)

La tasa de paro finalmente desplegó las alas y alcanzó el ciento por cien. Su aliento prendió los lindes del reino y éste quedó aislado del resto del mundo.

Los políticos, que no contaban ni como empleados ni como desempleados, se remangaron las enaguas, abandonaron su palacio y corrieron a refugiarse en las torres de los señores banqueros.

Los hombres, ante la llegada del reinado de las tinieblas, migraron de la ciudad al campo. Regresaron a los caseríos de sus antepasados y retomaron las labores de agricultura y ganadería. Entonces se dieron cuenta de que no necesitaban estar conectados a la mente enjambre de la metrópoli. Lo percibieron en sus labios, cuyo tacto no reflejaban rastro alguno de la sequedad que provocaba el ritmo militar del capitalismo.

Y durmieron a la sombra de un almendro; y perdieron el tono cetrino de sus pieles; y cada gota de sudor que caía de sus frentes, resbalaba por la nariz y se posaba sobre sus labios les suponía un triunfo, porque el beneficio de aquella labor repercutía sólo en ellos; y cada vez que cagaban bajo la luz del Lorenzo olvidaban una estúpida noción de economía; y fueron felices y comieron perdices, y tomates que sabían a tomate, y lechugas que sabían a lechuga.

domingo, 29 de abril de 2012

La gallina de los huevos de oro


La sala no era muy amplia, apenas unas cuantas sillas apelotonadas alrededor de una mesa cubierta de magacines, ocupadas por otros como él, pero el hombre no necesitaba mucho espacio. Aquella era su enésima concertación de entrevista y su cuerpo parecía haber ido menguando conforme desfilaba ante ejecutivos encorbatados que le tendían la mano, la cual seguramente no se habría lavado después de haber ido al cuarto de baño, y le escupían displicentes ya le llamaremos.

—¿Miguel Campoviejo? —dijo el candidato que salía tras atravesar un largo pasillo—. Te toca.

Se levantó cansino al tiempo que sostenía con firmeza su bolso, raído por el uso excesivo, por los eternos viajes del metro al bus, y del bus al metro, en busca de un trabajo, no ya digno, sino, sencillamente, trabajo, que, al fin y al cabo, no lo dignificaría, porque la dignidad hacía tiempo que la había perdido, al igual que todos sus conciudadanos, al menos, los de a pie, los del transporte público y la bicicleta, los de la fiambrera y los macarrones congelados.

martes, 24 de abril de 2012

La insoportable levedad de los libros


Los libros llenaron las calles de la ciudad. Fue una invasión erudita y silenciosa, su enésimo intento. Albergaban la esperanza de disparar a las mentes vacías para acabar de una vez con la ignorancia del pueblo. La gente volvió a picar en el anzuelo y los compró de forma compulsiva, dándoles el mismo valor que una corbata en el día del padre. Por ello, la voz de muchos de los libros ya estaba condenada a la levedad de una rosa, a amarillear en la soledad de una estantería auxiliar o, a lo peor, servirían como alzas de televisores. Otro año sería.

viernes, 20 de abril de 2012

El valle del dragón


Ni el frío viento del norte quería perderse la celebración. Se escurría por entre las laderas de las montañas gemelas que, imponentes, velaban el valle. Abajo, en la cañada, Dragonville aún se hallaba sumida en un sueño neblinoso. Los primeros rayos de la alborada peinaban el perfil de las montañas. Desde tiempos inmemoriales, un dragón hibernaba dentro de una de ellas, y en la otra lo hacía su tesoro. En todo el reino se decía que las montañas siempre habían estado allí, vigilando el valle, pero que el dragón había existido incluso antes que ellas.

Tampoco el río quería faltar a la cita. Venía desde muy lejos. Trazaba su cauce por el costado de la montaña del tesoro, donde se le unían las aguas de escorrentía, y descendía en torrente acompañado por bancos de truchas. Dejaba atrás las inexploradas cuevas de los duendes; cortaba en dos el bosque de los lobos, donde algunos osos noctámbulos paseaban por su ribera en busca de peces; se convertía en subterráneo bajo la casa encantada, donde se decía que residía el espíritu de una hechicera; bordeaba el cementerio y el prado de las ánimas; continuaba hasta circular por debajo del puente de acceso a la ciudad y, una vez lo sobrepasaba, ni su fuerza ni su caudal parecían los mismos. Aún así, un molino de agua sobresalía de las murallas de la ciudad y aprovechaba el ímpetu que le restaba al río.

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