miércoles, 24 de diciembre de 2008

Cuento de Navidad


Hace tiempo que dejó de gustarme la Navidad, aunque supongo que el desencanto afecta a más gente además de a mí, y por ello no supone una carga que me convierta un poco más en hereje.

Esta fría época del año queda retratada por una tarjeta de felicitación con dos caras: en la delantera aparece un bebé envuelto entre sábanas, despierto y sonriente, rodeado por unos padres felices, un buey y una mula. Se alojan en una pequeña grieta abierta en una roca inhóspita, pero la pobreza que rezuma la escena queda completamente eclipsada por la alegría del advenimiento de la criatura y por una procesión presidida por tres personajes nobles, vestidos con ricas prendas, que se dirigen al lugar. En la cara trasera de la tarjeta de felicitación aparece el mismo bebé, ya dormido y refugiado entre el calor de las dos bestias, y los padres, algo retirados. La hoguera, que antes proporcionaba un poco de calor, está ahora a punto de esfumarse, pero su luz es suficiente para captar la congoja en el rostro de los padres: la miseria ha vuelto a sus corazones.

lunes, 1 de diciembre de 2008

La mierda


Siete días, siete malditos días son los que llevo sentado en esta silla, y puedo asegurar que no la echaba de menos. Prefiero morir de pie que vivir sentado en ella. Cama, silla, ventana, y cama, y silla, y ventana. Un ciclo repetitivo cuya entrada es tan sencilla como difícil resulta salir de él. Las luces de la ventana me insuflan estupor hipnótico, como el de las luciérnagas cuando se acercan a a las farolas; soy un bichito de luz de sesenta y cinco kilos. No encuentro el lápiz y tampoco el maldito papel. Sin ellos no soy capaz de poner en orden las ideas, y éstas están tan ordenadas como la hierba en el bolo alimenticio de una vaca.

Desde que mi psicólogo me obligó a volver a ingresar en prisión, no he sido capaz de encontrar el sentido de este paso hacia atrás. Qué sencillo le resultó persuadir a su mascota. No he recibido nota alguna por la ventana, y a través de ella no percibo excesiva actividad, a no ser el tedio que resulta de exprimir la rutina hasta su última gota de jugo. Algunos desconocidos se pasean por el pasillo de la prisión; parecen muy ocupados en sus quehaceres, pero apenas les presto atención, aunque en realidad son ellos quienes me ignoran.

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