viernes, 26 de marzo de 2010

Burns


La otra noche, mientras contaba concienzudamente el número de parpadeos que un cursor emitía en la ventana, escuché un violento crujido de la pared del lado de la cama. Perdí la cuenta, y también un trozo de pared. Donde antes figuraba la mancha de humedad más destacada y rotulada de todas, el victorioso ejecutivo sobre el ingeniero yacente, ahora había un considerable agujero. Me asomé. El hueco no daba a la celda contigua, sino a un oscuro sendero. No lo dudé y entré en él.

"Hereje, ya ha llegado el primer testigo", dijo una voz en off. "¡Sigue el camino y apresúrate!"

El sendero se encontraba delimitado en ambas orillas por hileras de tristes árboles resecos tan agolpados que se antojaba imposible avanzar en otra dirección que no fuera la marcada por ellos. Avancé sin descanso hasta que la oscuridad dio paso a una zona abierta con algo de luz.

En aquel claro del bosque se distinguían tres personas. Se sentaban sobre tocones alrededor de una hoguera y parecían sostener unas ramas con las que se ayudaban para calentar malvaviscos. Me acerqué prudentemente y pude identificar a dos de ellos. Eran Cerebro y Conciencia, acompañados por un hombre vestido con chaqueta, camisa y corbata. Quizás aparentaba más años de los que realmente tenía y el escaso pelo que le restaba se esmeraba en cubrir una irremediable alopecia. No parecía estar disfrutando de la acampada.

martes, 16 de marzo de 2010

El abismo


El primer testigo llamado a declarar, un señor vestido con traje de chaqueta y corbata, se estaba retrasando por asuntos de negocios. La tregua concedida la aproveché para hacer una visita a uno de mis lugares favoritos.

Más allá de las puertas de entrada de la cárcel se extiende una inmensa llanura vacía, lugar por el que estuve vagando tiempo atrás. La cárcel sirve de frontera entre la desolación de ese paisaje y un enorme abismo, accesible desde el patio del recinto, puerta trasera de los presos que no asumen la realidad. Cuando necesito despejarme un rato y dejar de mirar por la ventana, paso allí las horas de recreo, dando la espalda a la celda y mis errores.

El abismo es la frontera entre el mundo de la cárcel y lo demás. Su pared es completamente vertical y lisa como un cristal. En las profundidades se encuentra la incertidumbre, lo que puede ser bueno o malo, o simplemente lo que puede ser o no. La vista de un ser humano es incapaz de alcanzar el fondo. Sobre el abismo hay montones de nubes itinerantes cuyos pasajeros inhalan plenitud. Y al otro lado, a una eterna distancia, dicen que hay otro precipicio, otra cárcel y otra llanura como la de esta orilla, lugares que nunca podré visitar porque se encuentran en una línea de tiempo paralela. Semejante visión acongoja a cualquier preso.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Cargos de conciencia


Ya comenzaron los juicios. La acusación la hacía mi conciencia, por quien fui traicionado y con quien no podría contar como abogado de oficio.

En un principio la citación iba a consistir en una toma de contacto. La sala únicamente se hallaba ocupada por el juez, mi conciencia y yo. Nos encontrábamos enfrentados, con el juez a un lado, y sentados en pupitres de colegio. El juez se atrincheraba, obviamente, tras una señorial mesa de profesor, con el mazo enhiesto y gesto de permanecer en continua alerta por lo que pudiera salir disparado de un lado a otro. El espesor del ambiente hacía indicar que tarde o temprano aquello se convertiría en un cuadrilátero de boxeo. El lugar me resultaba extrañamente familiar.

"Hereje, se te imputan multitud de cargos de conciencia". Con estas palabras abría fuego el señor de la peluca a lo Luis XVI. Definitivamente, aquello no sería un juicio corriente. "La acusación asegura disponer de pruebas suficientes como para que pases dentro de la celda el resto de tu vida. En concreto, los cargos son: Posesión de vehículos a motor, consumo de pastillas sin receta médica, involución mental, hartazgo congénito y sobrepeso genital, inconstancia en las tareas..."

domingo, 7 de marzo de 2010

Vuelta a las andadas


He regresado. De buenas a primeras, un par de mamarrachos me han amordazado y traído a empujones hasta la celda. Me temo que pasaré una nueva temporada aquí dentro, bien lejos del mundo real, aunque, si lo miro desde otra perspectiva, tampoco está tan mal; al fin y al cabo, la cárcel recibe visitas esporádicas de algunos conocidos míos.

Dicen que he vuelto a cometer numerosos errores, y por ello me someterán a un juicio introspectivo. Aducen tener suficientes testigos como para presentar una acusación con garantías de dejarme aquí encerrado de por vida.

Ya veremos si son ellos quienes me sentencian, o soy yo quien ejerce de juez. De lo que sí estoy seguro es de que nos lo vamos a pasar muy bien. Afilemos el lápiz.

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