La otra noche, mientras contaba concienzudamente el número de parpadeos que un cursor emitía en la ventana, escuché un violento crujido de la pared del lado de la cama. Perdí la cuenta, y también un trozo de pared. Donde antes figuraba la mancha de humedad más destacada y rotulada de todas, el victorioso ejecutivo sobre el ingeniero yacente, ahora había un considerable agujero. Me asomé. El hueco no daba a la celda contigua, sino a un oscuro sendero. No lo dudé y entré en él.
"Hereje, ya ha llegado el primer testigo", dijo una voz en off. "¡Sigue el camino y apresúrate!"
El sendero se encontraba delimitado en ambas orillas por hileras de tristes árboles resecos tan agolpados que se antojaba imposible avanzar en otra dirección que no fuera la marcada por ellos. Avancé sin descanso hasta que la oscuridad dio paso a una zona abierta con algo de luz.
En aquel claro del bosque se distinguían tres personas. Se sentaban sobre tocones alrededor de una hoguera y parecían sostener unas ramas con las que se ayudaban para calentar malvaviscos. Me acerqué prudentemente y pude identificar a dos de ellos. Eran Cerebro y Conciencia, acompañados por un hombre vestido con chaqueta, camisa y corbata. Quizás aparentaba más años de los que realmente tenía y el escaso pelo que le restaba se esmeraba en cubrir una irremediable alopecia. No parecía estar disfrutando de la acampada.