viernes, 26 de marzo de 2010

Burns


La otra noche, mientras contaba concienzudamente el número de parpadeos que un cursor emitía en la ventana, escuché un violento crujido de la pared del lado de la cama. Perdí la cuenta, y también un trozo de pared. Donde antes figuraba la mancha de humedad más destacada y rotulada de todas, el victorioso ejecutivo sobre el ingeniero yacente, ahora había un considerable agujero. Me asomé. El hueco no daba a la celda contigua, sino a un oscuro sendero. No lo dudé y entré en él.

"Hereje, ya ha llegado el primer testigo", dijo una voz en off. "¡Sigue el camino y apresúrate!"

El sendero se encontraba delimitado en ambas orillas por hileras de tristes árboles resecos tan agolpados que se antojaba imposible avanzar en otra dirección que no fuera la marcada por ellos. Avancé sin descanso hasta que la oscuridad dio paso a una zona abierta con algo de luz.

En aquel claro del bosque se distinguían tres personas. Se sentaban sobre tocones alrededor de una hoguera y parecían sostener unas ramas con las que se ayudaban para calentar malvaviscos. Me acerqué prudentemente y pude identificar a dos de ellos. Eran Cerebro y Conciencia, acompañados por un hombre vestido con chaqueta, camisa y corbata. Quizás aparentaba más años de los que realmente tenía y el escaso pelo que le restaba se esmeraba en cubrir una irremediable alopecia. No parecía estar disfrutando de la acampada.

"¡Al fin apareciste! Únete a nuestra cena y toma asiento en uno de estos troncos", dijo un gentil Cerebro mientras me ofrecía un malvavisco. "Estábamos contando a Burns historias de miedo y le hemos prometido una de tu cosecha con la que no va a poder pegar ojo."

Obedecí. Tomé asiento entre Conciencia y el llamado Burns y me percaté de que, además de la chaqueta, la camisa y la corbata, vestía pantalón corto, calcetines de ejecutivo hasta las rodillas y mocasines.

"Me comentaron que nos ivamos de acampada y que tragera ropa comoda yo habria preferido tomar un cafe en el comedor de la oficina", dijo a modo de disculpa. "Dios estas cosas estan realmente asquerosas por suerte me traido de casa una fiambrera con comida."

"Es normal que no te gusten, es el cuarto malvavisco que calcinas. Se nota que no sabes cocinar", comentó jocosamente Conciencia.

"No tengo tiempo para cocinar no es productivo! deso se encarga mi sirvienta aunque tambien compro platos precocinados."

"Perdonad que pregunte", dije. "¿Debo suponer que esto es un juicio y este señor uno de los testigos? Hasta ahora no lo conocía."

"Él sí te conoce", respondió Cerebro. "¡Es uno de los mandamases de una importante empresa! Pero todo a su tiempo, hereje. Estamos aquí para desinhibirnos un poco antes de juzgar en un ambiente sosegado. Por cierto, Burns, ¿cómo están tus hijos?"

"Nose desas cosas se encarga mi mujer como en la empresa tenemos que aumentar la productividad para contrarrestar el deficit del egercicio pasado salgo de trabajar muy tarde y solo los veo durante la cena creo que todabia siguen en primaria."

"¿Cuántos años tienen?", pregunté.

"Quince y diez y seis."

"¿Tienes tres hijos?", volví a preguntar.

"No tengo dos uno de quince y otro de diez y seis."

"Ah, vale..."

"Que?", preguntó extrañado Burns.

"Hereje, cállate mejor...", me susurró Conciencia.

"Nada, que espero que tus dos hijos tengan suerte con los profesores y que se conviertan en reses productivas."

"¡Compañeros, creo que ya estamos lo suficientemente sueltos como para comenzar el juicio!", exclamó Cerebro con la clara intención de quitar algo de la tensión que comenzaba a ondear en el ambiente.

"Pues espera que voi a orinar", dijo Burns. Se alejó presuroso hasta los lindes del claro. Un minuto después me estaba tendiendo su mano. "En realidad no nos an presentado aun me puedes llamar Burns."

"Bueno, tú ya me conocías, ¿no?", respondí a modo de evasiva. Tenía reparos a chocar la mano que había agarrado firmemente otra parte de Burns sin pasar después por debajo del agua. "¿Adónde vamos?"


No había terminado de formular la pregunta cuando todo se tornó difuso a nuestro alrededor. Una espiral de luces nos envolvió y aterrizamos en el cuadrilátero de los pupitres. Burns lucía ahora unos pantalones largos a juego con la chaqueta y compartía pupitre con Conciencia. Las paredes de la sala palpitaban cual si estuvieran a punto de reventar. Sin tiempo para recuperarme del viaje, Cerebro se encargó de hablar en primer lugar.

"Hereje, se te acusa de pervertir las masas trabajadoras con ideas revolucionarias que van en contra de la filosofía empresarial, y serás juzgado por ello. Contamos con un testigo que nos dará su versión de los hechos. Burns, tienes la palabra."

"Hereje aunque no me conozcas yo a ti si se como vistes la presencia es muy importante! no se puede ir a trabajar de cualquier guisa deves ir afeitado con camisa y zapatos de material los vaqueros y las camisetas deberian estar proibidos."

"¿Es más productivo el que lleva corbata o el que viste una camiseta?", repliqué.

"Seguramente el que no lleba corbata ni empieza a trabajar o al menos no llegara muy lejos si no cambia los abitos."

"¿Te hicieron un examen de ortografía antes de acceder a tu importante cargo?"

"Lo dice precisamente el adalid de las letras", apuntilló Conciencia.

"¡Protesto! ¡No se está juzgando mi imagen, sino mi comportamiento!"

"¡Orden, por favor!", exclamó Cerebro al tiempo que golpeaba la mesa con el mazo. "Es menester juzgar también la imagen, pues va ligada a la personalidad y, por consiguiente, al comportamiento. Por otro lado, no creo que lo importante sea llegar lejos o avanzar poco, sino lo satisfecho que te sientas cuando concluyas tu camino."

"Una obserbacion muy razonable Cerebro", continuó Burns.

"Razonable, pero poco práctica", interrumpió Conciencia. "Gracias, Burns. Cerebro, me gustaría hacer al acusado algunas preguntas."

Cerebro dio el beneplácito a la petición y Conciencia se levantó de su silla. Con los brazos cruzados por detrás de su espalda, caminó altivo hacia mí y con mirada inquisitiva me preguntó:

"Hereje, ¿es cierto que tus deseos eran anteponer tu vida familiar a la empresa?"

"Sí, es cierto."

"¿Es cierto además que, aun siendo impuntual en la hora de llegada, no hacías una sola hora extra?"

"Sí, también es cierto, pero porque me quitaba tiempo de desayuno y de almuerzo."

"¡Eso es mentira!", exclamó Conciencia mientras me apuntaba acusador con su dedo índice. "Lo que recortabas de ese tiempo lo volvías a perder pensando en banalidades. No me puedes engañar. Por si no te diste cuenta, formo parte de ti". Dio por concluido su ataque y cedió el turno a Burns. "Cuéntanos lo que sabes de él, por favor.

"Intentare ser breve habeces insinuaba que algun dia estudiaria oposiciones su falta de compromiso fue total y como digiste no izo ni una sola hora extra daba mala imajen en ocasiones yevaba camisetas con mensages oscenos incluso alguna vez fue con pantalones piratas! aseguraba que no queria verse presa del estres con chaqueta y aogado por una corbata y con el cargo tan poco importante que tenia no paraba de resoplar y de acer aspavientos perdia la paciencia muy rapido y sinenbargo pretendia ganarse un ascenso de categoria."

Las paredes de la sala comenzaron a rezumar un líquido espeso. Algunas gotas cayeron sobre nuestras cabezas.

"Me duele el oído, o la vista, no sé", dije de forma entrecortada.

"Cerebro, como puedes ver, su comportamiento no ha sido consecuente con sus ideas", prosiguió Conciencia. "Jamás ha tenido la fuerza de voluntad necesaria para dar otro salto al abismo, pues no sabe qué desea encontrar en las profundidades. Si es libre, extraña su celda, y si está preso, quiere la libertad. Al final se queda en una zona indeterminada, no se centra, y así a nada ni a nadie beneficia."

Suspiré. Aun con dolor de cabeza, necesitaba hablar.

"Ruego que se me conceda la palabra", solicité a Cerebro. Accedió y Conciencia regresó con aire victorioso a su sitio. Me levanté y comencé mi defensa. "Señor Burns, ante todo pido disculpas por mi pobre comportamiento en tu empresa. Debí respetar las normas en pos de mi bienestar. Sin embargo, tú que las sigues, no me demuestras que seas un hombre feliz. Indudablemente tienes éxito, pero no te satisface, pues el premio que recibes a cambio es un vacío ambicioso que necesitas llenar con una conquista mayor. Tu droga es ser esclavo de la productividad. Tu penitencia es volver a casa y encontrarte con unos parásitos a los que concedes todos sus caprichos para no oírlos. No tienes tiempo para interesarte por su educación, la cual delegas en otras personas a quienes culpas cuando tus hijos fracasan. Ya ni recuerdas por qué los tuviste. Me has demostrado que no sabes vivir fuera de la empresa, la cual has convertido en una exhibición de hombres grises con trajes de chaqueta que caminan hipnóticamente por una pasarela infinita, como un hámster sobre su rueda. No das tregua, te has apoderado de ellos. Los has convertido en esclavos regulados y asalariados sin más ambición que la de esperar un golpe de suerte mientras les succionas la fuerza vital y pasan el invierno sin ver el sol. Hay becarios en ocasiones más cualificados que tú y a los que no prestas atención. Mano de obra barata, contratos al límite de lo moral, pingües beneficios para ti. No son envases precisamente lo que reciclas dentro de tus oficinas. ¿Comprendes ya por qué he pensado en ocasiones estudiar oposiciones? No, no te voy a engañar. Siempre quise tener poder, dirigir. Sin embargo, señor Burns, me has malinterpretado. Siempre adoré el poder, pero sobre mi vida. No he nacido para mandar, sino para no ser mandado. Mis ideas revolucionarias no se hallan en versos que hacen apología de droga y anarquía. Se encuentran en el día a día, en una lucha por el querer ser y no creer, camufladas entre un compromiso artificial."

"Se puede decir que para las empresas te has convertido en su putita", interrumpió abruptamente Conciencia. "Ofreces tus servicios a cambio de un sueldo mientras piensas en cómo salir de la rueda."

"Y no lo oculto. ¿Acaso son mayoría los que se levantan por la mañana con una sonrisa?"

Burns parecía ausente. Cerebro reflexionaba. Conciencia volvió a cargar:

"¿No estábamos juzgando al hereje en lugar de recibir una moralina de su cosecha? Aquí se han cambiado las tornas."

Cerebro abandonó su estado reflexivo y tomó la palabra:

"Conciencia, no se trata de que decidamos si es culpable o inocente. Tú y yo formamos parte de él y sólo podemos hacerle recordar. Todo lo más, puedo ayudar a que extraiga sus propias conclusiones, pero es él quien proyecta las imágenes que tiene en su cabeza y las convierte en testigos en su contra. Burns no es sino una versión grotesca de un estereotipo cuyas ideas no comparte." Tomó aire y concluyó. "Necesito retirarme para dar un veredicto."

Cerebro se bajó del cuadrilátero y atravesó una abertura con aspecto de carne cruda que había en la pared. Burns y Conciencia seguían sentados frente a mí. Permanecimos en velatorio y evitando cruzar miradas. Un rato después Cerebro volvió a escena.

"Hereje, tú mismo has reconocido tus errores, pero sin embargo no has mostrado voluntad para enmendarlos. Se te declara culpable, y por ello condeno a Burns a pasar una temporada en la cárcel a modo de terapia."

Ninguno de los tres salíamos de nuestro asombro. Conciencia parecía el más satisfecho. Burns profirió algún exabrupto sin faltas de ortografía. Yo en realidad ya conocía la parte del veredicto concerniente a mí, pero me sorprendió la condena al ejecutivo. ¿Podría resultar positivo para ambos ser vecinos de celda?

"Sin más que añadir, se levanta la sesión hasta próxima citación", concluyó Cerebro, y volvimos a vernos envueltos en un torbellino de luces.


Desperté en mi cama, mareado. Instintivamente miré la pared. Estaba intacta, pero la mancha había desaparecido. Por los pasillos escuché el típico griterío de quien ingresa en contra de su voluntad. Era Burns. Contuve la risa y me prometí que haría de su estancia en la cárcel un verdadero infierno.

Nadie tiene derecho a perturbar mi tranquilidad.

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