sábado, 31 de enero de 2009

Pájaros


Abrigado con chaquetón, pantalones de pana, botas de invierno, gorro y guantes de lana, pero aun así aterido por el frío, camino diligentemente por una calle cuesta arriba, siendo hora temprana, pero en ausencia del sol, y a cada paso que doy encuentro un ave muerta en el suelo. En ocasiones son palomas; otras, golondrinas o jilgueros. Si se tratan de individuos adultos, los ignoro, pero si en cambio son crías, se me encoge el corazón. Anhelo la sensación de libertad que siempre se ha asociado a las aves, pero contemplar el abandono que decora un bulto inerte en un enlosado helado me hace replantear si es esa la libertad que deseo. Libertad que desemboca en soledad.

Si me detengo a contemplar el cadáver de una cría de golondrina, identifico varias filas de hormigas que devoran su carne, empezando por los ojos y terminando por la cloaca. Esa es la vida. En cuanto atisban un síntoma de debilidad, te arrancan lo más preciado. Lo que antes era símbolo de libertad ahora se encuentra arrebujado entre naranjas podridas y barro, y cuando sea mediodía, algunos niños jugarán con ella a la salida del colegio, respaldados por su maliciosa inocencia.

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