viernes, 30 de abril de 2010

En la memoria de todos


La idea de tener que despedirme de mis compañeros y emprender un viaje me excitaba. Salí al patio de la cárcel para tomar algo de aire fresco. Hojas de árboles y pétalos de flores eran arrastrados por un fuerte viento. Me encontraba completamente solo. Fui a sentarme al único banco que había. Consulté la hora de mi reloj, pero éste se había parado. Comencé a divagar.

¿Quién nos acompañaría? ¿A quién dejaríamos atrás? En realidad, sólo yo podía responder a tales preguntas. En un camino sin itinerario definido, con principio pero sin final, se antojaba inevitable distanciarse de muchas personas y acercarse a otras.

De pronto me sentí embargado por la ilusión del niño que espera impaciente los regalos de los Reyes Magos. Ya no me encontraba en el patio de la cárcel: ahora estaba subiendo unas escaleras a toda prisa. Una, dos, tres, hasta cuatro plantas. Me paré extenuado cuando llegué al último escalón. Una vez más, había sacado dos pisos de ventaja a mis competidores.

martes, 27 de abril de 2010

El hombre de hojalata


En el trozo de pared bajo la ventana residía una mancha de humedad peculiar. Era de líneas demasiado rectas y emitía un zumbido constante. El otro día, mientras contemplaba por la ventana el tránsito de una enorme masa de humo que iba devorando todo el cielo, me percaté de que el ruido había aumentado hasta hacerse molesto. Como si sirviera de algo, comencé a golpearla; no tardó demasiado tiempo en venirse abajo. Desde el otro lado soplaba una corriente de aire caliente y el zumbido se hacía más evidente. Una vez más, un hueco en las paredes de mi celda me estaba invitando a penetrar en la oscuridad.

Un ancho tobogán flexible de color gris y con surcos longitudinales partía de la base del hueco y se perdía varios metros hacia abajo. Pensé que sería divertido y me tiré. Lamentablemente, su base se hallaba unida a un muro de metal y me di de bruces contra él.

El lugar se encontraba repleto de marañas de cables multicolores. A diferentes alturas sobresalían varias placas metálicas con intrincados dibujos en relieve. Hacía demasiado calor y se escuchaban dos aspas girando a toda velocidad. El espeso flujo de aire que movían liberaba molestas partículas de polvo.

domingo, 4 de abril de 2010

Herejes de capirote


Un fuerte estruendo me desveló abruptamente. Afuera, en la llanura, se escuchaban tambores, cornetas y el murmullo de una multitud. La celda se encontraba abierta, y la puerta de la cárcel también. Al parecer todo el mundo se había echado a la calle. Aún uniformado con el pijama, me asomé para ver qué ocurría.

Era noche de luna llena. Cientos de personas desfilaban en silencio. Portaban cirios encendidos, vestían túnicas negras y sus rostros quedaban ocultos por capirotes. Tras ellos avanzaba un gran trono dorado. Transportaba la imagen de un hombre clavado en una cruz de pies y manos, únicamente vestido con un harapo que cubría sus partes pudendas. Sin duda, se trataba de la efigie de un pobre macilento con el cuerpo cubierto de sangre. Era mecido con la cadencia marcada por los tambores. Miles de hombres trajeados y mujeres con peinetas negras contemplaban la escena atentamente. También había gente que bebía y disfrutaba alejada de la procesión, aunque estos no se encontraban exentos de las miradas de desprecio de aquellos. En ocasiones el fervor reventaba y el público rompía en aplausos y vítores.

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