lunes, 5 de julio de 2010

La luz


Sentado contra la pared que aún quedaba en pie, tarareé canciones que consiguieron alejar mi mente de la escena. Me sentía a salvo allí. Mientras tanto, el alcaide y el hombre gris se marcharon con la mercancía sin hacer ruido. La oscuridad fue cubriendo el yermo paisaje y el frío se instaló en mis venas, vacías de sangre caliente.

La luna llena se ocultaba tras las nubes. Los fuegos fatuos deambulaban por aquel cementerio, y aún había llamas sin extinguir. Bailaban con ráfagas de humo que adoptaban formas espectrales. Entre ellas había algunos personajes salidos de las manchas de humedad de mi desaparecida celda. Les grité para reclamar su atención, pero todos me ignoraban. En su mundo, yo era el espectro.

Algunos se alinearon y comenzaron a desfilar. Se correspondían con mis diferentes identidades en edades pasadas, ordenadas en sentido creciente. La primera era un niño de no más de dos años sentado en su carrito. Se afanaba en la tarea de morder la correa que lo mantenía asegurado, y lo empujaba otro niño más mayor ataviado con traje de marinero.

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