lunes, 5 de julio de 2010

La luz


Sentado contra la pared que aún quedaba en pie, tarareé canciones que consiguieron alejar mi mente de la escena. Me sentía a salvo allí. Mientras tanto, el alcaide y el hombre gris se marcharon con la mercancía sin hacer ruido. La oscuridad fue cubriendo el yermo paisaje y el frío se instaló en mis venas, vacías de sangre caliente.

La luna llena se ocultaba tras las nubes. Los fuegos fatuos deambulaban por aquel cementerio, y aún había llamas sin extinguir. Bailaban con ráfagas de humo que adoptaban formas espectrales. Entre ellas había algunos personajes salidos de las manchas de humedad de mi desaparecida celda. Les grité para reclamar su atención, pero todos me ignoraban. En su mundo, yo era el espectro.

Algunos se alinearon y comenzaron a desfilar. Se correspondían con mis diferentes identidades en edades pasadas, ordenadas en sentido creciente. La primera era un niño de no más de dos años sentado en su carrito. Se afanaba en la tarea de morder la correa que lo mantenía asegurado, y lo empujaba otro niño más mayor ataviado con traje de marinero. La fila la cerraba un joven que rememoraba una época muy próxima, quizás demasiado. Iba algo rezagado debido a su pesado caminar.

"Esto es lo único que va quedando de tu vida tras cada página que escribes", dijo la voz de Conciencia, convertido en viento. A nuestro alrededor sólo había oscuridad, ceniza y fantasmas. "¿Se puede empezar de cero después de este último despropósito?", preguntó.

"No sé qué llevarme de equipaje", musité.

"Todo lo que has de llevar lo tienes en tu cabeza", dijo la voz de Cerebro. "Eres un árbol que intenta escapar del suelo urbano donde ha sido clavado. La Compaña viene hacia aquí, y su propósito es reclutarte para que cierres la fila convertido en uno de ellos."

La idea de vagar eternamente me dio vértigo, pero no tanto como iniciar una nueva etapa.


De las ruinas que se interponían entre la Compaña y yo surgió una pequeña esfera de luz. Quedó suspendida en el aire. Fijé la vista en ella y observé que llevaba mi colgante. Se acercó y supuse que me estaba ofreciendo el tesoro. Cuando hice el intento de alcanzarlo, retrocedió. Se volvió a acercar, y de nuevo me negó el colgante. ¿Estaba jugando conmigo?

Me levanté e inicié una persecución al tiempo que dejaba atrás los fantasmas del pasado. Cuanto más corría, más aceleraba la luz, y mayor intensidad parecía adquirir. Me cegaba, sólo la veía a ella; daba zancadas a ciegas.

"Hereje, lo que persigues no lo puedes tocar con las manos. No es material", resonaron de nuevo las palabras de Cerebro.

Sin tiempo para corregir el movimiento, todo se precipitó en cuanto di un paso fallido sobre el abismo. Estaba cayendo, pero el sentido del equilibrio me dijo que no precisamente hacia abajo.

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