viernes, 20 de abril de 2012

El valle del dragón


Ni el frío viento del norte quería perderse la celebración. Se escurría por entre las laderas de las montañas gemelas que, imponentes, velaban el valle. Abajo, en la cañada, Dragonville aún se hallaba sumida en un sueño neblinoso. Los primeros rayos de la alborada peinaban el perfil de las montañas. Desde tiempos inmemoriales, un dragón hibernaba dentro de una de ellas, y en la otra lo hacía su tesoro. En todo el reino se decía que las montañas siempre habían estado allí, vigilando el valle, pero que el dragón había existido incluso antes que ellas.

Tampoco el río quería faltar a la cita. Venía desde muy lejos. Trazaba su cauce por el costado de la montaña del tesoro, donde se le unían las aguas de escorrentía, y descendía en torrente acompañado por bancos de truchas. Dejaba atrás las inexploradas cuevas de los duendes; cortaba en dos el bosque de los lobos, donde algunos osos noctámbulos paseaban por su ribera en busca de peces; se convertía en subterráneo bajo la casa encantada, donde se decía que residía el espíritu de una hechicera; bordeaba el cementerio y el prado de las ánimas; continuaba hasta circular por debajo del puente de acceso a la ciudad y, una vez lo sobrepasaba, ni su fuerza ni su caudal parecían los mismos. Aún así, un molino de agua sobresalía de las murallas de la ciudad y aprovechaba el ímpetu que le restaba al río.

El frío viento del norte y el río llegaron a la par hasta el puente. Desde la garita que había del lado de la ciudad se escuchaban los ronquidos del vigilante. Cualquier día no habría importado, pero aquella vez quedarse dormido era una mala elección.

El gallo cantó la mañana. Sin embargo, no era el primero en despertar de toda la ciudad. El panadero le llevaba ventaja y el horno liberaba un delicioso aroma con el que impregnaba la estrecha callejuela donde se encontraba. Después, como por arte de magia, se extendía por todo el entramado de calles.

Nadie sabía con certeza quién era el verdadero despertador de Dragonville, si el gallo o el panadero, si el cacareo o el olor del pan recién hecho. Nadie lo sabía, tampoco el vigilante de la garita que, entre el frío viento del norte, la humedad del río, el cacareo del gallo y el olor a pan recién hecho, no tuvo otra elección que dar un profundo bostezo. Notó un cosquilleo en una mano. Era un gato negro.

—¡Maldito bicho! —exclamó. Lo agarró por el pescuezo y lo arrojó contra las puertas de la ciudad.

El animal pegó un berrido y logró aterrizar con habilidad. Se sentó, se encorvó y se lamió la panza negra. Luego volvió a incorporarse perezosamente sobre las cuatro patas, giró la cabeza hacia atrás y miró la garita con desinterés de gato, los ojos entrecerrados, pues el sol ya despuntaba por encima del abrazo de las montañas gemelas y las nieblas matinales comenzaban a disolverse. Se escabulló por un hueco de la muralla que sólo él conocía y entró.

La plaza de entrada, presidida por una estatua del dragón, fundador legendario de Dragonville, ya se había vestido de gala. De los soportales de los edificios colgaban banderolas cuyas iconografías representaban pasajes de la leyenda de la fundación. Aún no se veía a nadie ultimando los preparativos para la fiesta, aunque ya se dejaba oír el murmullo de la ciudad despierta. El gato rodeó la estatua y caminó por una calle en dirección oeste.

—¡Agua va!

El contenido de un barreño cayó a dos palmos del gato, que se trastabilló y corrió despavorido hacia el lado opuesto. Al mismo tiempo se le cruzaba en su camino una doncella portando un cesto vacío. El gato en seguida se tranquilizó y comenzó a seguir los pies descalzos que sobresalían bajo las enaguas y el dobladillo celeste de la falda. Subieron por el barrio de la forja y la herrería, y por el de caballerizas, y por el de los cocineros y los alfareros, y en todos los lugares se dejaban ver los lugareños más madrugadores.

Llegaron al punto más alto de la ciudad, al mirador de los astrónomos. Desde aquella posición se podía contemplar en toda su amplitud el perímetro de Dragonville, las granjas y los campos de cultivo al este, el arrabal de los mendigos al sur, las omnipresentes montañas gemelas al norte. En el mirador había gradas y un teatro a medio construir. Ya bullía de vida, se había congregado buena parte de la población y sus voces llenaban el aire. Sujétame esta tabla, que hay que reforzar la estructura. ¡Cuatro ovejas! ¡Cuatro de mis mejores hembras! Yo no sé qué voy a hacer con este perro, que cualquier día me quedo sin lana, sin carne, sin leche... Pues si no es con este traje, dime tú con qué te vas a presentar en la fiesta. ¡Por el rabo! ¡Cógelo por el rabo! ¡No, no y no! Como no imprimas más énfasis a tu frase, me busco otro actor.

Entre tanto bullicio, el gato había perdido el rastro de la falda celeste, aunque no parecía demasiado interesado en volver a encontrarlo. En su lugar, se encaminó hacia la base de un árbol. Localizó la raíz más gruesa, miró a un lado y a otro y, cuando comprobó que nadie lo estaba mirando, la atravesó sin más, como si se tratase de una ilusión.

A lo lejos, por el oeste, unas trompetas anunciaban la inminente llegada del cortejo real. Porque aquel día sería importante, se conmemoraría la legendaria fundación del reino y, sin embargo, nadie hubiera podido imaginar entonces los hechos que se desencadenarían a partir de la celebración. Ni siquiera el río, ni el frío viento del norte.

4 comentarios:

  1. Esta buenísima la descripción de este cuento... me encantó.

    En pocos párrafos ya uno está introducido en todo un mundo diferente. Nomás la imagen del panadero y el gallo "compitiendo" por ver quién es el verdadero despertador de Dragonville es una imagen que vale por un cuento, o por un poema con cara de cuento.

    Me retiro a mi reino de tuertos, que no es lo mismo que muertos, y en el mejor de los casos es parecido a puertos (o huertos, que tampoco está mal),,, pero es un reino sin rey.

    Me retiro pensando que esto va a tener alguna continuación, ojalá que así sea... me quedé con ganas de más.

    Abrazo desde un país llamado Argentina.

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    1. Muchas gracias, Juan, por volver a visitarme y por tu opinión. ¿Qué es un reino sin rey sino una república?

      Un abrazo.

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  2. Genial descripción, me ha encantado. Espero que haya continuación, que me encantaría volver a leer sobre este valle.

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    1. Gracias, Juanfra. No sé si habrá continuación, pero desde luego se trata de un escenario que se presta a las aventuras de un joven aprendiz de ladrón ;)

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