jueves, 7 de julio de 2011

Mar de la desconfianza


En mitad del infinito desierto se encontraba un casi infinito mar con un islote rocoso en el centro, a cuya escarpada y yerma superficie hubieron llegado, tiempo ha, dos náufragos nativos de un lugar que quedó selectivamente olvidado por sus cerebros. Llevaban la cuenta de los días por medio de una larga serie de incisiones efectuadas con un cuchillo sobre el suelo pétreo, hasta que llegaron a circundar el área, el último día alcanzó al primero, y tuvieron que iniciar una segunda hilera. No tenían comida ni bebida, se alimentaban e hidrataban con la rica conversación mutua.

Un día, situado ya en la tercera hilera de incisiones, vieron que no tenían nada más de qué hablar ni filosofar y comenzaron a padecer los delirios de la hambruna. No tardó en surgir la desconfianza, cada cual sospechaba que su compañero se guardaba los mejores pedazos de conocimiento para sí. Entonces hicieron acopio de civismo y tomaron una decisión: uno de los dos debería morir y dejar su cerebro al descubierto, al servicio del otro, de modo que adquiriría la sabiduría necesaria para poder escapar de aquella isla en mitad del desierto de agua.

Ajironaron una de sus camisetas y en uno de aquellos retales hicieron una pequeña marca con el cuchillo de que disponían. Los arrebujaron y fueron seleccionando por turnos; aquel que extrajera el retal marcado habría de delegar al otro todo su conocimiento. Ambos tuvieron suerte en el primer turno, y en el segundo, y en el tercero también; de hecho, tuvieron suerte en todos, pues el retal marcado nunca apareció.

Y allí se quedaron, en silencio y completamente inmóviles, mirándose con avidez las frentes despejadas, celosos continentes de sabroso conocimiento, hasta el punto que perdieron la cuenta de los días y el cuchillo, huérfano de manos, fue deslizándose paulatinamente hacia la orilla del mar.

3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el ritmo del relato, y algunas expresiones como "se alimentaban e hidrataban con la rica conversación mutua" o "cada cual sospechaba que su compañero se guardaba los mejores pedazos de conocimiento para sí". Relato muy cuidado, te felicito.

    Abrazos.

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  2. Muchas gracias, Esperanza, se me ocurrió al salir del metro, de camino al trabajo, mientras leía un pasaje de El peregrino de las estrellas, y lo escribí al resguardo de los ojos del jefe. Fue más espontáneo que cuidado, la verdad, pero me alegra que el resultado refleje lo contrario.

    ¡Saludos y abrazos!

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  3. Un cuchillo huérfano de manos me parece de una soledad tremenda. Claro, que así se demuestra que la maldad no es inherente a la navaja sino a la mano que la empuña. Saludos.

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