domingo, 3 de julio de 2011

Armageddon


La pasada madrugada se acabó el mundo. Varios asteroides colisionaron contra nuestro arcaico y extinto planeta y este se resquebrajó por los cuatro costados – con lo cual acabó por confirmarse que ni era esfera, ni geoide, sino un perfecto cubo de seis caras –. No se quejó, suficientes achaques tenía ya, y al fin descansa en paz, empero, el hombre se dio cuenta de cuán miserable había sido su alma e insignificante su cárcel de piel y hueso. Los astros se rieron de su efímera existencia y lo aplastaron con sus enormes zapatos como un elefante a una hormiga.

El hombre, mientras trabajaba, recibió la noticia en forma de teletipo por Internet y pronto se hicieron eco las radios, televisiones e incluso las megafonías de todos los edificios que disponían de ellas: En apenas unas horas, una familia de colosales rocas extraterrestres solucionaría los sempiternos problemas de la Humanidad; hambre, guerra, enfermedad, crisis económica, el hombre en sí mismo, todo se terminaría con una violenta vaharada venida del exterior. Y sin embargo, las principales potencias mundiales, obstinadas en la búsqueda de un milagro, reunieron a sus recalcitrantes gobernadores para tomar una decisión urgente y llevar a cabo un desesperado plan de salvación. En cada observatorio, en cada embajada, en el Pentágono, cómo no, la información bullía, inundaba los pasillos y se filtraba como humedades a través de las paredes. Pero nada podía hacerse, la Fuerza Universal se había empeñado en eliminar este molesto planeta y ni misiles, ni cohetes, ni ondas electromagnéticas, ni oraciones podrían desviar la trayectoria de sus diligentes emisarios. Los gabinetes de crisis se convirtieron en una cruel pantomima, una comedia de próximo estreno en los cines de una galaxia muy, muy lejana; lo mismo podrían hacer los poderosos jefes de Estado que los indigentes que vivían bajo los puentes, ajenos a todo salvo a su cartón de vino.

En cuanto recibí la trágica noticia, no pensé en nada, mi mente quedó en blanco. Me consta que hubo quienes tan solo pensaron en un conato de última aventura con sus amantes, mientras que otros desearon comunicarse con sus seres queridos para darles el último adiós, pero todo se quedó en fútiles intentos; los amantes quedaban lejos, mientras que los satélites de comunicaciones se encontraban saturados y de tanto perseverar, estos entraron en éxtasis de información y cayeron a tierra firme como avanzadilla de los asteroides. Las últimas promesas de los Jefes de Estado no podrían llevarse a cabo y la traca no se haría esperar. Irónicamente, algunos hombres aprovecharon la coyuntura y liberaron sus instintos más cleptómanos, irrumpiendo en las tiendas abandonadas a su suerte para hacerse con televisores de última generación.

A mí, en cambio, en cuanto escapé de mi ensimismamiento, solo me reverberaba una pregunta en la cabeza: ¿Y esto es todo? Resultaba inconcebible que yo, cuando apenas acababa de iniciar una nueva vida y comenzaba a ganar los envites, tuviera que asumir el auténtico final de la Historia. No sentía pena ni estremecimiento alguno, nada me importaba. Si el mundo se acabara, qué más daría despedirme de alguien si nunca volveríamos a vernos, ni uno ni otro seguiría con vida, es más, en cuestión de minutos habríamos sido extinguidos de la memoria colectiva, pues ninguna mente sobreviviría, todo resultaría en un jamás de la existencia del hombre. Ni estando tan cerca del momento era capaz de hallar la respuesta del eterno dilema: ¿Adónde vamos? Eso era, quizás, lo único que me preocupaba, dejar en blanco la última pregunta del examen.

Caminé en línea recta, sin prisa, por entre la muchedumbre histérica, ajeno a ellos, hasta cruzar los límites de la ciudad, y me senté sobre una duna de la inhabitada playa. Observé imperturbable el agitado mar rojizo, los cielos humeantes, los satélites y aviones precipitándose a las aguas. Se respiraba verdadera tranquilidad, la ciudad era demasiado ruidosa para recibir el abrazo final.

Y ahora... Ahora pienso que ha sido una bonita etapa la que he pasado en la Tierra. Una más de tantas que habrá que pasar.

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