miércoles, 22 de junio de 2011

Casiopea


Un montón de chatarra se agita entre una cantidad inmensa de basura. Por aquel lugar, un inmenso estercolero con montañas de basura en mitad de un infinito terreno yermo, no resulta común ver semejante hecho, dado que lo único que por allí se mueve suele ser el camión de reciclaje y sus ingentes toneladas de aparatos obsoletos que otrora vivieron tiempos mejores, si el verbo vivir, como ya ha quedado claro, puede ser aplicado a un montón de chatarra. Lo cierto es que dicha chatarra se mueve, y además parece nerviosa. En ella se intuye una bombilla cuya tímida luz parpadea a intervalos.

Casualmente, el lugar lo sobrevuela un cuervo de origen incierto, casi con seguridad desesperado, dado que parece aletear con el último halo de esperanza que le resta en pos de hallar algún pedazo de carroña que llevarse al pico, y al tiempo que la bombilla parpadea por enésima vez se queda inmóvil, tal cual, en mitad del aire, como un mosquito atrapado en ámbar. Enseguida piensa que quizás haya encontrado tan ansiado bocado - pues, aunque no disponga de boca, picotear no es precisamente lo que aquel cuervo anhela.

El montón de chatarra se revuelve, probablemente aquejado de fuertes dolores en las articulaciones por haber adoptado una incómoda postura durante el letargo al que se ha visto abocado. Emite unos ruidos parecidos al de un módem telefónico, y sin embargo evocan un quejido humano, algo en él exhala vida. El cuervo se ha percatado de ello, todo el montón de chatarra es metal, cables y óxido, salvo una pequeña masa informe que pende de un cordel, y sabe que, si bien no es precisamente una delicatessen, resulta más apetecible que una oblea de cobre. Así pues, se lanza en picado hacia su rancio manjar, pero cuando apenas restan unos centímetros, una sombra fugaz se cruza en su camino y atrapa el colgante. El cuervo se acaba estrellando contra una lavadora sin alcanzar a ver el motivo que le ha privado una vez más de su comida.

A espaldas del infortunado cuervo, una tortuga aterriza en el suelo sobre sus dos patas traseras, satisfecha por haber salvado con su pico el corazón de su amigo, el hombre de hojalata.

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