miércoles, 26 de enero de 2011

Dos años


Algunas palabras llegan cuando los oídos se han vuelto sordos, y muchas acciones se llevan a cabo demasiado tarde, cuando carecen de sentido, o se prolongan tanto que van perdiendo consistencia. Las historias a destiempo las tenemos presentes, durante estos días más que nunca, en la justicia. Ya se cumplieron dos años de una desaparición y uno de los mayores esperpentos experimentados por la justicia nacional. Como siempre, los medios de comunicación se hicieron eco del clamor popular, respondiendo con mediáticas oleadas de información – todos fuimos Marta –, pero la marea bajó, y aquella chica fue acurrucándose cada vez más en el fondo del cajón donde se van acumulando los guiones incompletos.

El suceso ha pasado de moda para los medios y el pueblo, ahora se habla de crisis, controladores aéreos y tabaco. Sin embargo, el juicio seguirá golpeando los corazones de los más allegados de la joven. Resulta difícil comprender cómo se puede prolongar un caso así durante tanto tiempo, y conforme transcurren los meses, las medias verdades y las completas mentiras se diluyen en el vaso de la realidad, cada vez más alterada.

Un infame cuarteto de jóvenes sin apenas formación ha conseguido poner en evidencia los tres poderes del Estado: el legislativo con su ley del menor, el ejecutivo con su despliegue de más de medio millón de euros, y el judicial con un sistema que castiga a quien no es capaz de demostrar lo contrario, aunque sea un maldito axioma que no necesita explicación; ¿alguien es capaz de dudar, a estas alturas, quiénes son los culpables?

El cuco, el astuto, el taimado, dos años después se ha reformado. Ya tiene un título FP de ayuda a mayores enfermos – no sé qué opinarán al respecto en Olot – y en breve cumplirá la mayoría de edad. Conseguirá trabajo, ganará dinero para pagarse el carnet de conducir, se comprará un coche, y en algún momento la guardia civil lo detendrá por exceso de velocidad y dar positivo en el control de alcoholemia. Quizás en ese momento, al fin, consigamos verlo en la cárcel y no en un correccional de menores. Ironías del sistema.

Recuerdo aquellos días en que leías una noticia del caso y se te revolvían las entrañas con cada versión de los hechos que los implicados cambiaban día sí, día también. Lamentablemente, la justicia es un juego, y ellos han participado acorde con las reglas del mismo; se trata de mentir sin que te lo puedan rebatir. En ese aspecto, no se les puede achacar absolutamente nada, han actuado con limpieza, y demostrado que, en ocasiones, el diablo sabe más por diablo, que por viejo, pues también existen los diablos adolescentes. El problema es que se trata de un mal juego y quizás haya llegado el momento de cambiar de tablero, o bien eliminar las cartas de sorpresa. Algunos abogan por aplicar la tortura en este tipo de circunstancias. ¿Pero qué pasaría si, efectivamente, alguno de los torturados resultara inocente? Moralmente, parece más aceptable proteger a un posible culpable en lugar de castigar a un posible inocente.

Y después de todo, es de prever que, si se llega a aclarar el crimen, se les impondrá una pena del estilo "dado que ha pasado mucho tiempo desde que ocurrió, ya carece de sentido condenaros con dureza, así pues, seis años de prisión bastarán para que aprendáis la lección". Pero ellos ya aprendieron la lección, que no es otra que aprovecharse de la justicia, quien parece ser la que realmente no aprende de sus errores.

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