sábado, 5 de febrero de 2011

Arraigo


Existe un pequeño punto en el mundo, un lugar que pasa desapercibido a vista de satélite, del cual apenas han oído hablar fuera de España, pero que nunca olvidan aquellos que han vivido en él. Ese punto no es otro que la ciudad más antigua de occidente, la madre adoptiva de todos los que la conocen. La Tacita de Plata, mal rebautizada como la ciudad que sonríe; sonríe por no llorar, pues los hijos que se deshacen de su abrazo difícilmente tienen la posibilidad de regresar, a no ser en vacaciones.

Las angostas callejuelas del centro histórico han comenzado a marcar el camino de los pasacalles hacia el Gran Teatro Falla. Ya suenan coplas que actualmente no gozan de sus años más inspirados, quizás contagiadas por el hastío de la mayoría de sus descendientes, sin estudios, parados o emigrados. Somos los mal llamados pichas y quillos, a los que nunca nos toman en serio, los del acento gracioso, camaradas que perseveramos en resarcirnos de la penosa fama, cuidadosos para no perder nuestras raíces.

Carnaval, Cádiz, unión inseparable, me entristece que no seas tan interesante ni tan internacional, no merece la pena que te esfuerces en indicarlo en tu cartel anual, pues eres en esencia una fiesta local. Apenas te dejas ver más allá de Despeñaperros, pero has de saber que aquí, en la distancia, estamos tus hijos, quienes en esta época, más que nunca, se sienten emigrantes, parte de la generación perdida andaluza, los pasajeros del nuevo avión, antes tren, El Sevillano. ¿Pero por qué te escondes, Carnaval, quién no permite que nos regales tus coplas como nos merecemos? Por más que te busco, no te dejas escuchar en la radio, menos aún ver por televisión. Las nuevas tecnologías, con sus emisiones precarias, no hacen sino incrementar la sensación de lejanía y ajenidad.

Se presentan cuatro semanas ininterrumpidas de coplas hasta la madrugada, acumulación de sueño por falta de descanso, y mañanas y tardes de análisis con las audiciones de las actuaciones anteriores. Es algo que únicamente comprenden los verdaderos aficionados a nuestra fiesta. Beberé de mi propia sangre hasta emborracharme y que solo reverberen en mi cabeza dos letras, las que, fruto de la casualidad, abren Cádiz y Carnaval:

Cádiz y su casco antiguo,
el canasto de la cárcel vieja,
el Campo del Sur y la Catedral.
Cádiz, casada con la Caleta
y su castillo de Catalina,
la casa de cangrejos, caballas,
camarones y cañaíllas.
Cádiz, la que nunca cambia,
de capa caída
por causa de carajotes y canallas.
Cádiz de Carnaval,
caretas, carruseles y cabalgatas,
la de la casta de Cañamaque,
la capital del cachondeo.
Cádiz del Carmen y Carlos Cano,
de la caridad de Canelo,
caduca y callada,
camina cansada hacia su Calvario.
Cádiz, te echo de menos.

1 comentario:

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