La crisis caló en la dignidad de los hombres cuando impregnó sus pesadillas, y después las bragas y los calzoncillos, y comenzaron a mearse en la cama. Lavaban y tendían sábanas y pijamas a diario, y la gente paseaba por la calle, y señalaba hacia arriba, y se mofaba, ¡mira, otro meón, y otro, y otro! Pero cada vez se contaban por menos quienes señalaban, pues iba a más la cuantía de los meones. Los bancos ya no regalaban vajillas ni televisores, sino juegos de sábanas inmaculados, al alcance de unos pocos privilegiados que vendían su mísera nómina.
Al principio se sentían abochornados, pero cuando se dieron cuenta de que sus vecinos atravesaban la misma situación, lucieron con orgullo la bandera de la vergüenza, el tinte amarillento de la tela ajada, castigada por la lejía, y vagaron por las calles sin ocuparse de su higiene, hediendo a síndrome de Diógenes, orgullosos de ser unos apestados, parados y meados, indignos e indignados, la clase baja emergente.
Y es muy posible que la acción de los dedos índices tenga mucho que ver con la cantidad de personas propietarias (qué adjetivo tan dolorosamente humano) de lo señalado.
ResponderEliminarHay que desconfiar de cualquier embrujo cuantitativo, quizás.
Me encantó el texto.
Felicitaciones y muchas gracias por compartir.
Hay que procurar no reírse de las desgracias del vecino, porque puedes ser el siguiente.
EliminarMuchas gracias a ti por dejar aquí tu huella.
Un texto realmente indignado. ¿Conoces la convocatoria de los blogs "Explorando Lilliput" y "La colina naranja"? Encaja fenomenal...
ResponderEliminarUn abrazo
Algo había visto en ciertos blogs, pero no me había parado a investigar mucho. Quizás me ponga manos a la obra para la próxima convocatoria.
Eliminar¡Gracias por venir! Un abrazo.
Muy buen relato. Como dices más arriba, más vale no reírse de las desgracias del vecino. :)
ResponderEliminarVerba volant, ¡gracias por dejar tu huella! Eres bienvenida.
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