domingo, 29 de abril de 2012

La gallina de los huevos de oro


La sala no era muy amplia, apenas unas cuantas sillas apelotonadas alrededor de una mesa cubierta de magacines, ocupadas por otros como él, pero el hombre no necesitaba mucho espacio. Aquella era su enésima concertación de entrevista y su cuerpo parecía haber ido menguando conforme desfilaba ante ejecutivos encorbatados que le tendían la mano, la cual seguramente no se habría lavado después de haber ido al cuarto de baño, y le escupían displicentes ya le llamaremos.

—¿Miguel Campoviejo? —dijo el candidato que salía tras atravesar un largo pasillo—. Te toca.

Se levantó cansino al tiempo que sostenía con firmeza su bolso, raído por el uso excesivo, por los eternos viajes del metro al bus, y del bus al metro, en busca de un trabajo, no ya digno, sino, sencillamente, trabajo, que, al fin y al cabo, no lo dignificaría, porque la dignidad hacía tiempo que la había perdido, al igual que todos sus conciudadanos, al menos, los de a pie, los del transporte público y la bicicleta, los de la fiambrera y los macarrones congelados.

Miró de soslayo a sus compañeros de espera, los enemigos, perros hambrientos de la sociedad, ávidos de ser enyugados para poder comer. Entre todos ellos había reconocido algunos rostros de remotas entrevistas con empresas cuyos nombres bien pudieran haber sido formados al azar por una mano inocente que jugara al Scrabble. AGS. AT-S. GMT. K-TYL. MILF. OMG. Acrónimos tan indescifrables e impronunciables como inescrutable es en sí la existencia de las consultoras.

Entró en el despacho con calculado comedimiento y se encontró con otra de esas dichosas corbatas tras la mesa.

—Miguel Campoviejo, ¿verdad?

—El mismo.

—Tome asiento y hagamos esto cuanto antes, aún tenemos a muchos compañeros suyos esperando y no disponemos de mucho tiempo. Bien. La verdad, veo muy buenas referencias suyas en su currículum, aunque quizás demasiados virajes entre empresas. ¿Conoce nuestra compañía?

—La conozco, sí.

—Entonces sabrá que somos una empresa líder en el sector de las NTIC. —El hombre ya se imaginaba la sarta de tópicos que saldrían a continuación de boca del ejecutivo—. Tenemos proyectos en multitud de países y un personal perfectamente capacitado para afrontar todo tipo de retos, proactivo, multidisciplinar. —Es decir, trabajando de cualquier cosa, sin ayuda ni formación por parte de la empresa—. Motivado, con ganas de trabajar. —Lo cual quería decir que echaban horas extra gratuitas, incluyendo sábados y domingos—. Nuestro valor son las personas. Usted entraría a formar parte de un proyecto a la vanguardia de las tecnologías que exige el cien por cien de cada cual, pero desafortunadamente el equipo lleva cierto retraso, de modo que si fuera necesario hacer un pequeño sobreesfuerzo y dar el ciento veinte por cien, habría que poner de su parte.

—Entiendo...

—Bueno, centrémonos en su currículum. Veo que tuvo una progresión meteórica en su primera experiencia laboral. Dígame, ¿por qué se rompió la asociación entre la empresa y usted?

—Me despidieron. La crisis aún era un rumor, pero se adelantaron a los acontecimientos.

—Ya veo, ya. En segundo lugar figura una empresa que ya es historia.

—Fui uno de los últimos supervivientes. Prescindieron de toda la plantilla antes de poner sus proyectos en manos...

—De acuerdo, de acuerdo. —Miró la hora en la pantalla de su tableta—. ¡Uy! Qué tarde es. A ver, concretemos, ¿cuáles son sus expectativas?

Las expectativas eran, más que nunca, las esperanzas. El entrevistado confesaba su deseo al ejecutivo, y éste, mientras tanto, ahuecaba el canal que tenía entre un oído y otro. Quince mil. La cifra entró por el oído izquierdo, salió por el derecho y rebotó en la pared en forma de eco; sonó a bolsillo vacío. El ejecutivo abrió los ojos entre sorprendido e indignado. El hombre creyó haber escuchado un débil y jocoso carraspeo.

—Tiene usted muchas expectativas. —Se acodó en la mesa y, cuando cruzó las manos por delante de sus finos labios, dos gemelos de oro sobresalieron por encima de los puños de la chaqueta—. Ya sabe qué situación se está viviendo en la actualidad. Aunque seamos líderes de mercado, no nos podemos permitir excesos, y...

En ese momento, el pulso del hombre se puso al doble de pulsaciones por minuto. Su mano, titubeante, exploró el contenido del bolso bajo la mesa y agarró con ansia un bulto. No parpadeaba, la cabeza temblaba por la tensión contenida en el cuello. ¡Basta!, fue lo único que pudo decir.

—¿Perdón?

—He dicho que basta.

—No le entiendo.

El hombre sacó del bolso una pistola y encañonó la cabeza del ejecutivo. Éste se quedó tieso como una figura de cera.

—Ya lo has oído. Basta. —En la mano, el brillo del sudor y un leve temblor—. Y ahora, si no te importa, quítate los gemelos dorados y déjalos sobre la mesa.

—Esto no tiene...

—No me hagas perder los nervios. Obedece y punto.

El ejecutivo se deshizo de los gemelos y los dejó sobre la mesa.

—Sal de ese lado y ven aquí. Con las manos en alto.

Acató la orden como un autómata.

—De acuerdo. Ahora te vas a bajar los pantalones y los calzoncillos.

—Escuche, esto no es...

—¡Obedece! —Parecía un experto delincuente. Fruto de la desesperación. El ejecutivo tiró hacia abajo de sus pantalones y sus calzoncillos. Las piernas peludas relucieron con el brillo de la luz artificial. Temblaba.

—Bonitos gemelos, ¿no, corbatas? No es muy decoroso por tu parte querer dar lecciones de austeridad con ese tipo de lujos.

—No son...

—¡Que te calles! Cógelos y métetelos por el culo.

—¿Qué?

—Lo que oyes. Quiero que te los metas por el culo. Y luego me besarás las pelotas. ¡Vamos!

El ejecutivo sudaba. Agarró los gemelos y tomó uno con los dedos índice y pulgar. Lo miró. Tragó saliva y se puso la mano atrás. Movimientos pélvicos y cara de sufrimiento.

—No lo veo. Date la vuelta.

De nuevo hizo lo que le pidió. El ejecutivo no conseguía hacer desaparecer el primer gemelo. El hombre no lo dudó. Acercó la pistola a la nuca y con la mano libre presionó la del ejecutivo. El gemelo se perdió dentro de su cuerpo con un quejido. Luego, el hombre agarró el otro brazo que sostenía la pareja y procedió de la misma manera. Otro quejido.

—¿Ves como no era tan complicado? Venga, ahora bésame las pelotas.

—Por favor...

—¡Que me las beses!

Cerró los ojos. Sacó los morros. Acercó los labios a la entrepierna del hombre y besó.

—¿Te gusta esto, eh, te gusta?

El ejecutivo no respondió. Sollozaba.

—Ahora levántate y ponte a hacer la gallina a la pata coja. ¡Vamos!

Se puso en pie. Se terminó de quitar los pantalones. Plegó los brazos y puso las manos bajo los sobacos. Levantó una pierna y se puso a cacarear.

—Mueve las alas. ¡Venga, muévelas! Así, así, qué graciosa la gallina. ¿Verdad que ahora vas a poner dos huevos de oro? ¡Vamos, aprieta!

Volvieron a caer al suelo los dos gemelos. El ejecutivo también. Apenas pudo contener el llanto, hecho un pingajo.

—Por favor, no siga, le daré lo que sea...

—¿Que no siga? Mírame, corbatas. ¡Te he dicho que me mires a la cara, hostia! Llevo años siendo maltratado por vosotros. Aceptando trabajos de mierda. Cada vez por menos dinero. Habéis conseguido que pierda el orgullo de haber estudiado mi carrera. Os habéis reído de mí cuando he pedido quince mil miserables euros al año para poder dar de comer a mi familia. Sólo quince mil, de los cuales casi la mitad se los lleva el Estado. Mientras yo he tenido que vender el coche, vosotros habéis pasado de BMW a Mercedes. ¿Crees que no me han dado ya por el culo lo suficiente? Ahora me toca a mí. Va siendo hora de reírme un poco de vosotros. Aunque mate de hambre a los míos.

Arrojó la pistola al lado del ejecutivo. Se cascó y de su interior salieron bolitas de caramelo. El otro no se movió de su rincón.

—Y para que lo sepas, porque al parecer no disponías de la información y a mí se me olvidó incluirla en el currículum: ya estuve trabajando en esta empresa hace seis años. Ganaba veinte mil.

Abrió la puerta y se fue.

8 comentarios:

  1. La imagen del ejecutivo como una gallina que "pone huevos de oro" es sencillamente descomunal; de la metáfora al hecho en un paso y sólo provisto de una pistola de caramelos... es que el miedo no huele a plomo, huele a conciencia, a lo que cada cual está dispuesto a hacer por dormir consigo mismo,,,

    En ambos hemisferios y en distintas formas es tamaña la impunidad de los poderosos que siempre creo que ni siquiera toman conciencia del fuego que están alimentando,,, su 14 de julio no queda tan lejos y no lo imaginan.

    Un fuerte abrazo desde el sur.

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    1. Muchas veces, al derrotado en mil batallas, sintiéndose impotente, lo único que le queda es reírse de la situación con el máximo de crueldad posible.

      Un abrazo.

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  2. Yo creo que las gallinas que ponen los huevos de oro no son los altos mandos, sino la gente a la que explotan. Aún así es bestial la imagen, con toda su simbología.
    Saludos.

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    1. Tienes razón, quienes ponen los huevos de oro son los de abajo, y los que los disfrutan, los de arriba. Por eso mismo el señor Miguel Campoviejo quiso vengarse del ejecutivo, para que se sintiera como un sufrido currante.

      Saludos.

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  3. Ya hemos publicado una reseña con tu blog en El Semillero. Puedes leerla aquí:
    http://elsemillerodeblogs.blogspot.com.es/2012/05/182-historias-destiempo.html
    Espero que te guste porque he intentado ser objetiva con lo que haces.
    Te recuerdo que puedes participar en nuestras otras secciones siempre que quieras.
    ¡Ah! Y te sigo.
    Un abrazo.

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    1. Me encanta la reseña. ¡Muchas gracias, Pía!

      Un abrazo.

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  4. Lo peor que puedes hacer es dejar a un hombre sin esperanza y acorralado, muere el hombre y nace el animal que solo se guia por el instinto de supervivencia. A este ritmo tu relato pasara de ficcion a noticia pero probablemente con peor final que el escrito.

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    1. Por eso mismo me he permitido la licencia de dejar que la realidad pueda superar, una vez más, a la ficción. En tal caso, no sé si pesará sobre mí la culpa de los truculentos sucesos que se avecinan.

      Un abrazo.

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