viernes, 16 de marzo de 2012

La herencia de los treinta


—Buenos días, papá. Este año tampoco he faltado a la cita. Ya son treinta. Cómo pasa el tiempo, ¿verdad? Si nada me lo impide, situación que debes aclararme, y para eso he venido en horas tan mañaneras, haré una pequeña fiesta de cumpleaños en casa con Alex, dos compañeros suyos de trabajo y sus respectivas parejas. He tenido que prepararme para enfrentarme a los tópicos que le dicen a una en estos casos, tú sabes: Julieta, ahora toca hacer balance; Julieta, ¿crees que has hecho todo lo que habías planificado? ¡Pues claro que no, imbéciles! ¿No os acordáis de que no puedo tener hijos? ¿No os acordáis de que soy huérfana —por tu culpa, papá— desde mi noveno cumpleaños? ¿No os acordáis de que no he podido permitirme un único capricho por haber tenido que trabajar de camarera desde los dieciséis? Maldita sea, no sé ni por qué los invito. Por la insistencia de Alex, supongo...

»En fin, tampoco quiero gastarte el oído con tonterías de estas. Necesitaba decirte que, como son precisamente treinta los años que cumplo, he venido a verte con el arma, para que me digas qué hacer con ella y si debo usarla antes de la farsa de esta noche. La tenía olvidada dentro de una caja alojada en lo más profundo de mi armario. No la recordaba, pero hoy, al despertar, me ha venido a la mente y he ido directa hacia su escondrijo. Ya lo sé, siempre que hemos conversado, nunca hemos hablado de ella, ni de tu negro sentido del humor al dejármela en herencia, pero ya estoy cansada de fingir, y creo que estás en deuda conmigo. Por abandonarme cuando tenía nueve años, por darme el arma en lugar de explicaciones, y por no pedírtelas durante veintiún años. Dime, papá, ¿qué esperas que haga? ¿Pegarme un tiro como hiciste tú, tu madre, tu abuelo y todos los demás?

»Me debes explicaciones, sí, por esto que te he dicho antes, pero sobre todo por haber sido yo quien ha averiguado que esta pistola fue la responsable de todas vuestras muertes, el día de vuestro trigésimo cumpleaños, el mismo día en que los cumplo yo. Antes de venir al cementerio he abierto el tambor y he comprobado que sólo queda una bala. Si procedo de la misma forma que tú, y tu madre, y tu abuelo, no quedarán balas, aunque tampoco habré dejado descendencia que pudiera volarse la cabeza con ellas. ¿Es esto una casualidad? ¿Es que debe cerrarse alguna especie de círculo maldito? Estoy esperando una respuesta, papá. ¿Qué sentido tienen ahora mis veintiún años de sacrificio vividos? No tengo presente ni futuro, pero siento que tampoco he tenido un pasado, porque tú me lo robaste. Y ahora, por un motivo que desconozco, y sin decírmelo siquiera a la cara, cobarde, más que cobarde, me das a entender que debo terminar con mi vida. ¡Qué tonta soy si confío en que me des ahora una respuesta! Descansas bajo tierra, muy profundo, en el infierno, y me dejas a mí en la encrucijada. ¿Qué pasaría si no hiciera lo que tú y todos tus condenados antepasados esperan de mí? ¿Qué si uso la última bala sobre tu propia tumba?

»Ya sé qué haré: Te daré de plazo hasta el final de la cena de cumpleaños para que me envíes una señal. Si entonces no la he recibido, volveré al cementerio y descargaré la bala contra tu nombre; en cambio, si la recibo, dispararé contra tu apellido. Y yo moriré cuando y como deba morir.

2 comentarios:

  1. Enhorabuena, Adrián, por este relato tan bien resuelto a pesar de la dificultad autoimpuesta de su enfoque en primera persona y la complejidad y profundidad de la historia.
    Buena dosificación de la información y muy buen final. Parece que el curso que estás haciendo está surtiendo muy buenos efectos, aunque seguro que tú ya llevabas tu propio "equipaje".
    Saludos.

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    1. Gracias, Joaquín. Sin duda, el curso me está sirviendo para aprender y afianzar.

      ¡Saludos!

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