domingo, 12 de diciembre de 2010

Nacer


Esperando la hora del parto, con el cuerpo encorvado, lloraba un bebé dentro del vientre de su madre. No estaba solo, a su lado se encontraba su hermano gemelo, pero en cambio este no lloraba. Se conocían desde hacía nueve meses exactos y siempre había sido así; uno lloraba y el otro no. ¡No seas tan negativo!, le decía el optimista al pesimista, es imposible que el mundo que nos espera sea tan terrible como lo describes. Ambos hermanos habían mantenido numerosas conversaciones sobre lo que encontrarían en el mundo, y cada una de ellas siempre había acabado con la misma división de opiniones.

En el momento de nacer y ver lo que hay al otro lado, opinaba el optimista, nos daremos cuenta de que todo será prácticamente igual que ahora. Viviremos menos apretujados, pues en todo el mundo habrá espacio suficiente para que cada uno de nosotros tenga una enorme burbuja donde flotar y ninguno le usurpe el espacio a otro. Esa burbuja será como la bolsa en la que ahora estamos, con un líquido templado para no pasar frío ni calor. Cuando tengamos hambre nos bastará con dar dos pataleos sobre la pared de la burbuja e inmediatamente recibiremos alimento. Si nos apetece jugar o reír no tendremos más que salir de nuestro habitáculo y caminar por el vasto mundo con nuestros pies descalzos, sintiendo el cálido suelo, haciendo amigos por donde vayamos. Y cuando queramos dormir volveremos a nuestra burbuja y nos cantarán una nana, como las que escuchamos cuando papá se acerca a mamá y pone su cara sobre nosotros para susurrarnos. Ese será el mundo en el que vivamos por siempre. ¡Estoy deseando salir de aquí y poder experimentar todo!

Eres un iluso, replicaba el pesimista, si yo mismo soy capaz de pensar con negatividad, ¿cómo es posible que no lo haga un único habitante en el mundo y este corrompa a otros? Somos hermanos que compartiremos un mismo parto y nuestros pensamientos son opuestos. ¿Por qué no ha de haber muchas otras maneras de pensar, de ver la vida, allá afuera? Es muy fácil creer que nada va a cambiar cuando salgamos, pero yo tengo una sensación que tú no posees: El miedo. Saldremos de aquí con un espasmo, la bolsa se romperá y nos quedaremos sin este cálido líquido que nos mantiene inmersos. Padeceremos frío y calor, pero no más que otros menos afortunados. La luz tenue y suave que ahora nos alumbra se convertirá en cegadora, como advirtiéndonos de que estaremos vigilados hasta la perpetuidad. Este tubo que nos proporciona comida se cortará, no podremos permanecer eternamente unidos a nuestra madre, y tendremos que alimentarnos de otra manera. No habrá comida para todos, pues no todos tendrán madre, y algunos querrán más comida que otros, arrancándosela de las manos a los que escasean si se precisa. Al igual que tú intentas convencerme y yo a ti, en el mundo habrá personas dominantes pisoteando a los demás; si te quejas, recibirás castigo. Y, por supuesto, no podrás caminar libremente por donde desees, ya que al no haber burbujas individuales donde vivir, los territorios no estarán equiparados y muchas de las personas dominantes prohibirán el paso por el suyo, privándonos del deleite que supone ver la riqueza de la naturaleza. Además, no todos los terrenos serán agradables de pisar ni cálidos, y deberemos usar abrigo para los pies. Mamá no estará disponible cuando alguien quiera oír una nana antes de dormir, muchos dormirán solos, al igual que muchos vivirán en soledad, sin amigos, sin poder jugar, sin poder reír, y desearán abandonar este mundo y que otros ocupen su lugar.

Estos argumentos se habían estado repitiendo una y otra vez, día tras día, hasta que llegó la hora de la verdad. El parto fue difícil, la madre gritaba.

El primero en nacer fue el bebé pesimista. La madre lo dio a luz sin dolor y sin que la criatura soltara una sola lágrima, por lo que en un principio lo creyeron muerto, pero finalmente vieron que sonreía y respiraba.

El hermano optimista, en cuanto fue arrancado del líquido donde había estado sumergido durante nueve meses, sintió frío. Recibió una luz cegadora que le hizo cerrar los ojos. Se estaba ahogando, le faltaba el aire. Entonces una mano lo agarró, lo sostuvo en mitad de la nada, recibió varios golpes dolorosos en su delicado cuerpo, y notó que el cordón con que se encontraba unido a su madre se cortaba. ¿Tendría razón el hermano? Sintió miedo, rompió a llorar, nació.

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