martes, 25 de mayo de 2010

Estraperlistas


Estaba agotado. Permanecí en estado de semiinconsciencia el tiempo que se tomó la lava para petrificarse y reducir las emisiones de vapores tóxicos. Los sentidos regresaron juntos a mi cuerpo; se agolparon y sufrí de una sola vez mareos, punzadas, arcadas y dolores por las quemaduras. Las nubes habían secuestrado al sol, y todo estaba inmerso en la oscuridad que despedían. Latón seguía junto a mí. Lo intenté mover, pero algunas partes de su maquinaria se habían quedado pegadas al banco. Empujé con más fuerza y conseguí tirarlo al suelo. Al despegarse produjo el sonido de un plástico que se rasga. Pura chatarra.

Me sentía cual náufrago aferrado a una balsa clavada en el fondo del mar. Estiré el brazo con sumo cuidado para tocar el suelo. Estaba caliente como el asfalto a media tarde de un día de verano, pero al menos no ardía. Me puse en pie y caminé hacia las ruinas de la cárcel, donde supuse que, de seguir existiendo, mi corazón seco lo encontraría allí.

Entre los escombros hallé el cráter que la erupción había abierto en el suelo. Tenía unos cinco metros de diámetro. Al borde de él yacía el cuerpo descabezado de Burns, convertido en roca. Su mano sostenía un teléfono de la edad de piedra. Parecía mentira que en aquel lugar hubiera estado mi celda, pues ahora no quedaba rastro de ella. La cama y la silla habían volado por los aires, y la ventana había devorado las paredes. Aunque pocos rincones se podían explorar en aquel paisaje volcánico, busqué a la desesperada el colgante. Removí piedras, levanté la estatua de Burns y me asomé al cráter, pero fue en vano.

Cuando ya lo había dado por imposible y me disponía a registrar el lugar donde aún quedaba parte de la barricada que había construido durante la erupción, escuché unas voces. Rápidamente repté hasta el montón de rocas más cercano. Desde allí alcancé a escuchar la conversación de las dos personas que se acercaban.

"Menuda catástrofe, y yo sin enterarme de nada. ¡Cómo se nota que vivo bien lejos! Algo me dice que Burns no ha escapado con vida. ¡Mira!"

"Cielo santo, ¿esto qué es? ¿Por qué no tiene cabeza?"

Desde mi posición era incapaz de verlos, pero por la voz averigüé la identidad da la segunda persona. Se trataba de un viejo conocido, el alcaide de la cárcel, con quien días atrás mantuve una conversación en el patio mientras alimentaba a las palomas. Se respondió a sí mismo.

"No puede ser otro que Burns. Sólo él sería capaz de morir con el teléfono en la mano."

"Ya decía yo que era demasiado extraño que hubiera cortado la llamada en mitad de las negociaciones. En condiciones normales, Burns jamás habría dejado pasar la oportunidad de pegar un pelotazo como el que teníamos entre manos."

"En fin, tendremos que apañarnos sin él. ¿Has traído la mercancía?"

"Sí, ¡y te puedo asegurar que es de la mejor calidad!"

Se alejaron de la escena y entonces pude ver el aspecto que tenían de espaldas. Efectivamente, uno de ellos era el alcaide de la cárcel, con su traje y sombrero de copa negros. El otro era de menor estatura, aunque proporcionalmente su cabeza era mayor, y lucía traje y bombín grises. Cuando ya se encontraban a una distancia prudencial, mi instinto indagador me obligó a seguirlos.


Llegaron al ala este del patio de la extinta cárcel, donde aún seguía en pie parte de la muralla, y atravesaron un arco. Segundos después pude asomar la cabeza y volví a verlos de espaldas.

El lugar me puso la piel de gallina. Los árboles que había allí hundían sus raíces en roca. Retorcían dolorosamente las ramas desnudas de hojas verdes a modo de danza macabra. La penumbra reinante no ayudaba demasiado para dar color al cuadro. Junto a los dos hombres había varias pilas de cajas recostadas sobre su lado mayor. Tenían las dimensiones suficientes para albergar cada una de ellas algo del tamaño de un frigorífico.

Volví a coger la conversación a la mitad. El hombre gris parecía que hablaba del contenido de aquellas cajas.

"Estos los puedes usar y tirar cuando quieras. No contaminan y apenas dan problemas. Son silenciosos, eficaces, y con una autonomía casi ilimitada. Apenas necesitan recarga."

"Déjame ver uno."

Bajaron entre los dos una caja y la colocaron en posición vertical. En realidad, no parecían cajas normales. Estaban hechas de madera y no de cartón. El hombre gris leyó la etiqueta de la que bajaron.

"A ver, en la etiqueta pone que tiene dos años de experiencia y máxima disponibilidad."

Retiraron la tapa. Efectivamente, no era mercancía corriente. Por el hueco vi cómo se descolgaba la cabeza de una persona. El alcaide volvió a introducirla y contempló el cuerpo.

"Vaya, desde luego tiene unas manos bastante curtidas, y una frente clara de ideas." Con estas palabras manifestaba su conformidad con el producto. "¿Por cuánto sale este?"

"¡A muy buen precio! Catorce mil brutos y sin incentivos. Los conectas al equipo, se ponen a trabajar solos y te olvidas de ellos."

"Desde luego nos ha venido de perlas la desbandada de palomas. Siempre temí el día en que se cansarían de comer mierda y aprenderían a volar. Sin embargo, ahora podemos tener a nuestro servicio una mano de obra más barata y totalmente sedentaria. ¿Viene alguno sin piernas? Por ahí podríamos encontrar una rebaja más."

Ambos soltaron una carcajada de complicidad. Permanecieron unos instantes admirando el cuerpo. Me ardía la sangre.

"¿Vienen todos con la llave?", preguntó de nuevo el alcaide.

"Por supuesto. Todos la llevan colgada del cuello, por lo que pueda pasar."

"Entonces, ¿de quién es esta que encontré al borde del abismo?"

Se me cortó la respiración cuando vi que de su mano pendía el colgante que buscaba.

6 comentarios:

  1. Dedicado especialmente a todas las palomas.

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  2. ojalá pudiera ser paloma... grande la entrada niño, te vas superando...

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  3. Muy bueno, algún buitre debería leerlo.

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  4. Hoy exigen que sus palomas sean de primera para convertirla en lo mismo de siempre, sus carroñas particulares, eso si, con carne de mayor calidad, a la que se le puede sacar mejores alimentos.

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  5. Grandes inventos el capitalismo y los recursos (in)humanos.

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