jueves, 20 de septiembre de 2012

Chaparrón


Aguantando el chaparrón

Ir al trabajo en bicicleta bajo un intenso aguacero y haber sido consciente de ello antes de salir de casa tiene algo de infantil y un poco de canalla. Rompe de pleno con el corsé de empresa, sin ser acusado de falta de higiene personal o no cumplir las normas de etiqueta, y a la vez te traslada a la época en la que el pequeño yo calzaba katiuskas y saltaba de charco en charco antes de llegar a casa. Ducha templada y comida en la mesa. Bendita inocencia.

Pero en la oficina, en lugar de esperarte tu madre con mirada severa aunque condescendiente, te recibe el látigo del jefe con una sarta de palabras de agradecimiento para ti: las modificaciones que realizaste ayer no funcionan, este proceso falla, esta tabla no existe, las cosas se deben probar, esto tenía que estar terminado hace semanas. La ropa mojada, los bajos de los pantalones salpicados de barro, antes graciosas e infantiles, ahora relucen grotescamente como andrajos. Ay, empezaste el día con mal pie...

Permitidme que a partir de este momento deje de ser impersonal y hable en primera, pues lo que sigue sale de mis entrañas.

En mitad del chaparrón acusatorio; en medio de las habituales reflexiones existenciales acerca de los motivos por los cuales sigo trabajando de analista programador; mientras respiro en la miasma del pasado más acusatorio, acuden a rescatarme unos familiares acordes. Los mismos sonidos que, hace un año, en el dormitorio anejo al mío, retumbaban día y noche, en busca de las notas adecuadas; los ensayos de los coros que, a pesar de separarnos una puerta cerrada, acabábamos cantando todos juntos en el salón, esos sonidos salen de mi teléfono a mis oídos. Un largo camino han recorrido mis amigos para acabar pariendo este pedazo de disco debut. Un pequeño escalofrío ha estremecido mi cuerpo y se me ha nublado en más de una ocasión la vista, con cada estribillo, con cada estrofa que recuerdo formaron parte de la banda sonora del último piso compartido, donde conviví hace ya casi un año. Y entonces he sido consciente de las dimensiones de estos recuerdos: aquella época ya pasada fue una de las más dulces que he vivido, y este disco se ha convertido automáticamente en el hilo conductor de aquel maravilloso año en que todo cambió para mí. Gracias, legendaria familia Stinson.

Si bien ni siquiera la música ha bastado para bajar la temperatura de mi caldo de paciencia.

Esto ha ocurrido tan sólo cuatro días después de la vuelta de vacaciones. Y no, no es síndrome post vacacional. O, al menos, me niego a reconocerlo, pues mi salud está a punto de decir basta.

Os ruego me perdonéis este nuevo cambio de narrador y recurra al desdoblamiento en segunda persona, ya que las reflexiones que siguen parecen un poco duras como para ponerlas en boca tan cobarde.

Con cada pulsación de tecla en horario laboral escarbas un poco más hacia el pozo de la hurañía. Tu trabajo, ese por el cual estudiaste Ingeniería Informática, se convierte en una mera anécdota en tu vida, aunque ocupe las horas más propicias para beber tus anhelos de literatura. La anécdota se convierte en molestia, y la molestia pudre el carácter. Y al final, en lugar de tener una manzana pasada en el cesto de tus virtudes, cosecharás una docena de frutas putrefactas por no saber apartar a tiempo la que estropea las demás. Que te hayas matriculado en Sociología por la UNED, y que sigas en el curso de novela un año más, aún a sabiendas de la flagrante escasez de tiempo de que dispones, no viene sino a confirmar el principio de una frustración. Y así no llegarás a ningún lado. Ya estás sufriendo mareos y cambios bruscos de temperatura por sistema, cual si te estuviera abriendo los brazos la señora menopausia. Gafas rayadas y vista cansada, pelo grasiento, piel hipersensible. Al final, te lo comerás todo con cara de asco y reventarás.

Mientras tanto, algunas personas especiales te muestran los escritos que le dedicabas hace un año. La primera reacción es joder, ¿esto lo escribí yo? La siguiente, pena, seguida de frustración. Sin tiempo, no hay momento para el reposo, y sin reposo, la inspiración no tiene cabida. Y sin inspiración sólo existe la página en blanco, las palabras perdidas, las historias a destiempo.

Eres la otra cara de la crisis, la del desubicado sin escapatoria.

Perdonadme por última vez, por no poder iniciar de mejor manera el tardío regreso de vacaciones a este mundo virtual.

Bienvenidos de nuevo a mi caverna, a pesar de todo.

7 comentarios:

  1. Te has dejado algo, estimado compañero. Te has dejado el volver la vista atrás sobre tus golpes de tecla para comprender que hoy fuiste mas humano que nunca y que cuando todo está en estado efervescente es cuando mejor encandenan las palabras sobre la pantalla luminosa.

    Por la rabia, por la sinceridad, por el trastorno bipola, tu vuelta al ruedo ha sido un gusto.


    Un aplauso por esa dedicatoria, y un abrazo entre electricidad, parpadeos e historias a destiempo.

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  2. Y disculpa las tildes escurridizas y las letras escondidas tras el fondo blanco, pero soy otro tonto más de la cultura táctil, y así no hay manera de hacer las cosas bien.

    Un saludo desde la ciudad del viento.

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    1. Manejo tres posibilidades para descubrir tu identidad, estimado Anónimo, pero igualmente me alegra verte por aquí, seas el que seas de los tres. En estado de efervescencia pueden salir cosas maravillosas, de la misma manera que pueden resultar terribles, con los consecuentes golpes de pecho y disculpas, si bien el arte de las letras no se hizo para los temerosos.

      Un abrazo.

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  3. ¡cuánta mierda nos estamos tragando!
    Desubicados, desolados y pronto, jóvenes amargados.

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    1. Más pronto que tarde, Cristina, pero el estado de ánimo es igualmente una moda; ya ves, tan pronto se ve todo negro como todo blanco. Y es tan fácil como que la persona adecuada te dé la mano o te eche el brazo por el hombro, pues las matemáticas también funcionan aquí: una desgracia compartida equivale a media desgracia.
      Necesitamos que todos nos demos las manos para barrer con toda la mierda.

      Un abrazo.

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  4. No he leído muchos de tus escritos, Adrián, pero tu prosa es muy, muy buena.
    No se me desaliente, señor, y siga adelante con la escritura; usted lo ha dicho (intrínsecamente) al elegir el título de su relato, "Chaparrón": siempre que llovió, paró (y siempre que la hoja estuvo en blanco por ausencia de musas, de tiempo y de descanso, se llenó de letras en menos que canta un gallo...).
    Espero volver a leer pronto más de tus historias.
    Saludos.

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  5. Bueno, llego tarde, y espero que ese chaparrón haya pasado. Pensaba decirte algo muy parecio a lo que dice Juanito ahí arriba, no repito.
    Solo esto, espero volver a leerte.

    Besitos

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