martes, 13 de diciembre de 2011

Iteraciones


Cada noche realizaba el mismo trayecto, caminaba por las mismas calles de vuelta a casa. Le resultaba indiferente el clima que hubiera; él recorría, sí o sí, su itinerario fijo. Tenía tan apuradas la frecuencia y amplitud de los pasos que siempre realizaba la misma marca de tiempo. Tomaba las curvas de forma milimétrica, casi como un piloto profesional. Había veces, incluso, que se imaginaba derrapando con las suelas de los zapatos, pero jamás lo hacía, no por vergüenza, sino porque no quería arriesgarse a perder unas valiosas décimas. De hecho, si aparecía algún obstáculo en mitad de su camino — una alcantarilla abierta, un cochecito de bebé, un par de señoras orondas de andares pendulares —, lo esquivaba y aceleraba el paso para recuperar el tiempo perdido. Sabía perfectamente la duración del rojo y el verde de cada semáforo con que se topaba. «Ahora cuento hasta tres y el semáforo se pondrá en verde: Una... Dos... ¡Tres! ¿Ves?». Aquella repetitividad lo tranquilizaba, le transmitía la sensación de que todo funcionaba según las reglas de la lógica y la física. Necesitaba que todo fuera previsible. A veces, cuando esperaba la transición de los colores de los semáforos, se turbaba al pensar que podrían no funcionar según lo calculado. ¿Qué pasaría entonces?

Sucedió una noche de invierno. Llovía como si se tratara de la última vez que fuera a caer agua sobre el mundo. Iba bajo su enorme paraguas, donde podía dar cabida a una familia de cuatro miembros; le gustaba porque no se mojaba por encima de los tobillos. Se apostó ante el semáforo y comenzó su cuenta. «Ahora cuento hasta tres y el semáforo se pondrá en verde: Una... Dos... ¡Tres! ¿Eh?». No había cambiado de color. Miró nervioso a izquierda y derecha, como buscando a quien le diera las explicaciones por el desajuste. Sin embargo, con lo que encontró fugazmente fue con un par de ojos que lo miraban tras los largos cabellos del flequillo. Era una chica sin paraguas, aunque no le prestó mayor atención. Una vez que el semáforo cambió a verde se dispuso a cruzar, pero una voz a su espalda lo detuvo en seco.

—Por favor, llévame contigo.

El ruego removió algo en su interior. «Mierda, ya sí que llego tarde», pensó.

—Por favor —insistió—, no tengo paraguas.

Nunca supo explicar el motivo por el cual se giró y le acercó el paraguas. Bien pudo ser su aparente estado de indigencia; o su voz moteada con ladinas notas musicales; o un acto involuntario de lástima; o una forma de evitar perder más tiempo allí. Cualquier excusa antes que reconocer que aquella mirada le había robado su inquebrantable estoicismo.

—Te llevaré al bar más cercano y así podrás resguardarte de la lluvia —le dijo con brusquedad e hizo amago de comenzar a cruzar la calle, pero la réplica de ella lo retuvo un poco más.

—No, no me has entendido. Te he pedido que me lleves contigo.

—¿Conmigo? ¿Adónde? —se extrañó. «Esto se está alargando... He de irme», pensó agitado.

—A tu casa —respondió sin alterar lo más mínimo la modulación de la voz.

No pudo suponer aquella respuesta. Para no acumular tanto retraso, aceptó tácitamente y aceleró el ritmo, pero ella lo ralentizaba y al cabo de cinco minutos ya se había resignado. Durante el camino no volvieron a dirigirse la palabra.

Llegaron a casa quince minutos sobre la hora de siempre. Ahora que la iluminación no se distorsionaba a través del aguacero, el aspecto de la joven era poco menos que lamentable, si bien bajo aquella capa desaliñada se dejaba entrever un rostro hermoso. La chica dibujó una sutil sonrisa. Él notó cómo sus axilas y sus manos comenzaban a transpirar en exceso. En el momento en que iba a hablarle, ella fue diligente hacia el cuarto de baño y, sin cerrar la puerta, se desnudó y accedió a la ducha. Apenas pudo reaccionar. «¿A quién he metido en mi casa?», se preguntó. Sin embargo, ya era tarde para cuestionarse nada. Movido por impulsos al margen de toda voluntariedad racional, se acercó al cuarto de baño. Se le aceleraba el pulso. Necesitaba verla, tocarla, poseerla. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última? En cuanto se apoyó en el marco de la puerta y descorrió la cortina de la ducha, se quedó de piedra. El chorro de agua caía, pero bajo este solo había vapor. Se había esfumado como un ángel.

Desde aquella noche su mente se ofuscó. «Los ángeles no existen, no tienen explicación», se decía y, de tanto repetírselo, dejó de realizar el trayecto de vuelta a casa con obsesiva precisión. En ocasiones se perdía en los matemáticos pensamientos que procuraban explicar lo extraordinario y acababa modificando, sin quererlo, el itinerario. Aunque no hubiera una sola nube en el cielo, siempre iba con paraguas. Caminaba por calles diferentes, pero aquel semáforo formaba un punto fijo del recorrido. Se paraba en él, abría el paraguas — lloviera o no —, seis segundos antes del cambio de color contaba hasta tres y después miraba a izquierda y derecha. El ángel, sin embargo, no volvía a aparecer.

8 comentarios:

  1. Triste historia, y más triste aún que no supiera ver en ángel con el que se topó y perdiera la oportunidad de conocerla. A veces debemos saber cuando dar nuestro brazo a torcer para no ver otro tren pasar sin subir en él.

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  2. El día siguiente de leerlo (por primera vez)hacía sol. Iba en dirección al metro, absorta en mis pensamientos cuando, por sorpresa, me crucé con un chico que llevaba el paraguas abierto. Te lo conté, ¿te acuerdas?.
    Siempre hay algo de mágia en tus relatos.

    Laia

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  3. magia* (ay, que se me escapa el català...) ;)

    Laia

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  4. Vaya, Juanfra, no era mi intención relatar una historia triste, pero ahora que lo dices, se le puede dar una lectura diferente.

    Laia, claro que me acuerdo de lo del paraguas :)

    ¡Gracias por vuestros comentarios!

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  5. Tu relato me transporta a la necesidad de controlar nuestras vidas y la perturbación que nos produce la ruptura de la rutina que nos da seguridad. Llamó un ángel a su puerta y no supo verlo porque no lo tenía previsto.

    Me gusta como has montado el relato.

    Un abrazo,

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  6. ESPERANZA, me ha gustado mucho la reflexión que has sacado tras la lectura.
    Un abrazo.

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  7. Adrián, me ha gustado mucho este relato. Enhorabuena, no dejes de escribir.

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    Respuestas
    1. Gracias por el comentario, Joaquín. Por supuesto que no dejaré de escribir.
      Un abrazo.

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