martes, 25 de octubre de 2011

Mi primer día de clase


«Pobres ilusos, creen que llegarán a ser algo y apenas son conscientes de que, para lograr el ansiado éxito, tan solo hace falta un golpe de suerte. ¡Ay! Si pudieran verme, si pudiera contarles... Yo también lo intenté en su momento, no cejé en mi empeño por alcanzar el súmmum de la narrativa contemporánea, mas lo único que conseguí fue una plaza post mórtem en el Ateneo para toda la eternidad. Y heme aquí, no más que un espectro errante entre libros y generaciones efímeras de alumnos esperanzados.

Mi memoria no es capaz, y de hecho nunca lo fue, de poner nombre a las caras que vi por primera vez un diecisiete de octubre de dos mil once. Éramos, si mal no recuerdo, once personas de diferente condición y edad, acotadas entre los soñadores veinte años de una joven estudiante de periodismo y los robustos sesenta y dos de un contador bilbaíno. Cada cual había aterrizado en el curso con diferentes pretensiones; mientras que unos solo buscaban una afición con que evadirse del tedio cotidiano, otros tenían las miras altas y veían pingüe negocio en la narrativa. Sin embargo, con mayor o menor ambición, con o sin vocación, todos íbamos a caminar de inicio por el mismo sendero; todos íbamos a compartir la mesa donde devoraríamos libros, desmenuzaríamos textos, nos alimentaríamos de la sapiencia de los demás. Aún recuerdo con cierto amargor mi torpeza a la hora de darme a conocer, fruto de mi crónico miedo escénico. Fui yo quien hubo de romper el hielo de las presentaciones, pero apenas si lo raí con la uña. Como agravante, los mocos, la afonía y la fiebre hicieron mella, y se me quedaron en el tintero muchas cosas por decir. Y así, conforme mis compañeros lucían por momentos mayor verborrea, yo me sentía más abandonado en una esquina junto a Dostoievski, con la sensación de que la oportunidad de salir volando se esfumaba.

Nunca me consideré hombre de término medio, y reconozco que, en el fondo, tras la primera clase, al dilucidar que jamás lograría convertirme en una eminencia, sentía cierto morbo por consumar, al menos, una muerte como los grandes, una muerte por literatura. Así pues, los estertores del terrible resfriado me nublaron el juicio y me robaron la fuerza física. Los mocos y la fiebre me condenaron a los delirios de la perfección, aquellos que me recluyeron en mi habitación en pos de mejorar mis textos hasta el infinito. Mi salud cayó en picado y las puertas de mis sentidos se sellaron para no ser molestado por el mundo. Ni siquiera me enteré del momento en que fui despedido del trabajo. Me convertí en un ser huidizo, fotosensible, de piel cetrina y ojos ratoneros.

Un día me percaté de que mi corazón ya no latía. Y sonreí. Así dispondría de toda la eternidad para leer, imaginar, repasar, estudiar, escribir, perfeccionar... Una lástima que los derechos de autor solo pertenezcan a los vivos.»


(Este texto me ha servido como ejercicio de presentación en mi primer día de clase del curso de narrativa)

10 comentarios:

  1. Pues empiezas con buen pie, si señor, te felicito, me parece un magnifico ejercicio descriptivo tanto de hechos como de sensaciones.

    Un abrazo,

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  2. Amigo, me gustaría dedicarte unas palabras adecuadas para decirte cuánto me ha gustado tu relato, pero simplemente no las encuentro. Mejor, tiro de lo clásico: me ha gustado mucho, muchísimo, mi enhorabuena...

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  3. Espero que sigas colgando los otros ejercicios ;)

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  4. Pues sí, Guillem, colgaré todos los que pueda.
    ¡Gracias por tu visita!

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  5. Entiendo que recomiendas la experiencia, ¿no? ;)

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  6. Juanfra, sí que la recomiendo. Es sacrificado, quita mucho tiempo, pero hacer algo que te llena lo compensa con creces.

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  7. Pues me informaré a ver qué hay por Sevilla. O por Cádiz para verano. Creo que conozco a uno que lo hacía por online, pero entiendo que la experiencia no será la misma.

    ¿Puedes contar más o menos qué hacéis normalmente en el curso? Así por encima. Por correo, si no quieres "guarrerar" más esto.

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  8. Qué leches, te lo cuento por aquí, por si alguien más quiere saberlo:

    En las clases se explican los contenidos teóricos y se leen en conjunto, a modo de ejemplos, fragmentos de libros. La teoría trata lo clásico: Tipos de narradores y puntos de vista, escenas y resúmenes, decir y mostrar, tramas, nociones de lengua y estilo...
    Para poner en práctica los contenidos, se realizan ejercicios semanales que se entregan tanto a la profesora como a los demás alumnos. No siempre los corrige y comenta -delante de todos- la profesora, sino que ya hemos tenido que corregir y comentar el trabajo de otro compañero. Todos somos libres para expresar nuestra crítica sobre los textos de los demás, por supuesto.
    Además, se tiene un calendario de lecturas obligatorias. Una vez leídos los libros, se comentan y ponen en común en clase para ver de qué modo los escritores profesionales aplican las técnicas tratadas en el programa de curso.
    Por otro lado, durante las clases se realizan tertulias sobre el mundo editorial y autores consagrados, se cuentan anécdotas y, en definitiva, se crea un círculo de lectores-aspirantes a escritores que reconforta.

    Lo dicho, es muy recomendable, incluso terapéutico para los que, como yo, buscan la realización personal fuera del trabajo.

    Un abrazo.

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