miércoles, 20 de abril de 2011

Los Reyes Magos del lejano sur


El sábado por la mañana del primer fin de semana de abril se despertó con un nudo en el estómago, la agónica ilusión del niño que espera la llegada del día de Reyes; por primera vez irían a visitarlo. Tendría que arreglar la habitación, darle un pequeño lavado de imagen y poner orden. Todo debería estar impecable, los Reyes no se personificaban a cada momento precisamente. Se enjuagó la cara en el cuarto de baño y analizó su aspecto en el espejo; se percató de que le hacía falta un afeitado para poder mostrar su mejor sonrisa. Después de una reconfortante ducha, almorzó con sus compañeros de piso y se unió a una animada tertulia de sobremesa en la terraza. Miró el reloj; como siempre, llegaría con retraso a su cita. Comprobó que todo estaba como debía, nada faltaba en sus bolsillos y se apresuró a tomar el tren con destino al aeropuerto.

Los Reyes Magos no eran tres, sino dos, y no habían llegado en camellos, sino en un avión de bajo coste. No portaban alforjas con regalos, sino dos maletas con ropa para seis días. Y no venían de oriente, sino del lejano y empobrecido sur. Ellos habían sido los artífices de cuanto él había conseguido – y seguía consiguiendo – a lo largo de su vida, tanto material como inmaterial. Si en ese momento se encontraba allí, se lo debía a ellos, y qué menos que hacerles una recepción como se merecían. Sin embargo, para variar, llegó con veinte minutos de retraso. Los malos hábitos nunca cambiarían.

Los Reyes Magos habían pasado su vida dando regalos, había llegado el momento de cambiar los roles y ser ellos los regalados. Quiso enseñar a Sus Majestades las costumbres del lugar, de sí mismo y de sus convecinos más allegados, de modo que lo primero que hubo que hacer fue negociar con las nubes para conseguir una tregua de casi una semana, los colores de la ciudad habrían de mostrarse vivos para los curiosos ojos de Sus Majestades. Asimismo, los días que tenían por delante tendrían que ser una agitada mezcla de lugares y contrastes. Bellas panorámicas de la ciudad, parques cuya naturaleza se fundía con la arquitectura, un templo inacabado de vidrieras redentoras, un concierto en acústico, bares y restaurantes exóticos, callejuelas con música ambiental, una cena de compañeros de piso con tarta de cumpleaños sorpresa.

Lamentablemente no pudo eximirse de sus obligaciones y tuvo que acudir a su jornada laboral de lunes a jueves. Compaginó trabajo y paseos donde las conversaciones con Sus Majestades se antojaban caseras, como si no hubiera pasado tiempo desde que dejara su hogar casi diez años atrás. Aquello era lo que se echaba en falta y lo que había que disfrutar, la convivencia del día a día, la compañía confidente que se gana a lo largo de una vida.

El jueves almorzaron juntos en un restaurante de comida rápida, como si de un día cualquiera se tratase. El nudo del estómago había subido a la garganta, pero supo disimularlo. Todo había salido a pedir de boca, y tanto ellos como él habían recibido el mejor regalo, el reencuentro. Ya se vislumbraba la llegada del próximo seis de enero, aunque cayera en mayo, julio o septiembre.

2 comentarios:

  1. Los Reyes iban muy contentos, se disponían a disfrutar del regalo que les había hecho su Principito el seis de enero.Volar por primera vez, descubrir Barcelona (en mi caso) volverte a ver,conocer a ese grupo maravilloso de Carrer de Córsega a los que queremos desde entonces....Demasiadas vivencias y emociones que volveremos a compartir.

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  2. Buenas Adrian, te felicito por las palabras que le has dedicado a tus padres, ojala mucha gente pudiera decir lo mismo de unos padres, hacia tiempo que no me pasaba por aqui.

    Un abrazo desde Sevilla.

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