viernes, 29 de abril de 2011

Agente Esfínter


Un sonoro pedo retumbó sobre el alicatado verde de las paredes y entonces se sumió en un profundo relax. Nunca había sido un asiduo de los servicios públicos, empero en cuanto lo concibió como una manera de imputar horas provechosamente vacuas, tuvo que reconocer la utilidad de los mismos y decidió entrar en el mundo de los esfínteres ufanos.

La vergüenza aún lo reprimía, prefería entrar en el servicio cuando no hubiese nadie, ídem para salir del mismo. De este modo, comportándose con discreción, se había convertido en el fantasma del cuarto de baño, una presencia incorpórea e inescrutable para los mondongos inquietos. En realidad, la consecución de la obra no le suponía más de cinco minutos, pero él decidía prolongar el proceso hasta los veinte, a veces treinta. El motivo no era otro que espiar sonidos y conversaciones ajenas para absorber chismes y asuntos más serios mientras registraba todo en su cuaderno de campo camuflado entre las fibras de celulosa de un rollo de papel higiénico. Así, afinando el oído a diario, estaba elaborando un minucioso estudio estadístico acerca de los hábitos de sus compañeros de trabajo. Uno de los datos más descollantes era que los hombres trajeados o con apariencia de superar la cuarentena eran los menos solícitos a la hora de lavarse las manos tras el ejercicio de la evacuación, cuyo corolario reforzaba la hipótesis de que el cerdo, aunque se vista de traje, sigue siendo cerdo. Ello le había revuelto los escrúpulos y refrendado la decisión de utilizar un guante de plástico, sisado de la sección de frutería de un supermercado, para girar los pomos de las puertas que daban acceso al cuarto de baño, en cuyas superficies ocasionalmente encontraba anónimos restos de vaho. Cada día que pasaba estaba más decidido a denunciar los casos de insalubridad y vaga higiene de sus superiores, a quienes ya no les tendía la mano, sino que les daba palmadas en la espalda, pero para ello sería necesario continuar con el informe.

Aquel día resultó ser de poca actividad laboral, de modo que había decidido arañar los últimos momentos de la jornada y emplearlos en sus reportes. Y así sucedió que, sentado en la taza y jugando con el lápiz, advirtió una presencia en el cubículo contiguo. Se dejó oír el portazo y cierre del pestillo, el posterior golpe descontrolado en el levantamiento de la tapa, un movimiento presuroso para desasirse del cinturón, una bajada de cremallera y otra de pantalones. Y no se escuchó más nada durante los minutos siguientes.

Viéndose en estas, y siendo él un circunspecto fantasma, mascaba el tenso clima de una guerra fría en la cual ninguno de los dos contendientes decidía comenzar con la faena y arrojar la primera bomba. Pero nadie es capaz de dominar en su completitud el caprichoso aparato excretor, el cual se deja notar en los momentos más inadecuados, y fue él quien, sin pretenderlo, reprodujo a la perfección el sonido de una lejana corneta estrangulada. De inmediato, la anterior serie de sonidos se reprodujo a la inversa: Subida de pantalones, de cremallera, ajuste del cinturón, bajada de la tapa del retrete, apertura de puerta y unos pasos diligentes hacia el exterior. Ni rastro del sonido de la cisterna y, entre medias, bajo la puerta de su cubículo se deslizó un trozo de papel que llegó hasta sus pies.

—No eres tú a nosotros, sino nosotros quienes te estamos vigilando —leyó.

Su rostro se deformó en una mueca de inquietud. ¿Quién podría haber sido aquella presencia? Comenzó a notar un incómodo hormigueo en las piernas, se le habían quedado dormidas. Quizás hubiera llegado demasiado lejos con sus investigaciones, o se tratase de una infortunada casualidad.

—No conseguiréis silenciarme, estoy dispuesto a llegar hasta el final en este asunto de salud pública —se dijo con voz queda.

En cualquier caso habría de actuar de forma prudente, así que decidió pernoctar allí mismo, para no levantar sospechas, entre aromas de baños públicos. Al fin y al cabo, tampoco pasaba nada si se privaba de su ducha matutina.

2 comentarios:

  1. Great!! Los WC, esos pequeños reductos de libertad sudokera que alivia tanto la presion del esfinter como la laboral.

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  2. Me encanta cuando te pones escatológico. Sabes que he disfrutado leerte...

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