miércoles, 20 de octubre de 2010

Una mañana cualquiera


Otra vez esos estúpidos periodistas disparando con sus cámaras, ávidos de información. Afortunadamente, la educación que había recibido durante su juventud incluía el arte de posar con galantería y responder a las preguntas incómodas con un enigmático rictus y un leve alzamiento de cejas. De eso se convirtió en un auténtico maestro, y sabía con total seguridad que entre sus antecesores no se encontraba parangón. Tenía que sacar a relucir su mejor sonrisa para los periódicos y las televisiones, pues iba a resultar una jornada agitada: Dos ministerios desaparecidos, un ministro por aquí y otro por allá, una limpieza cada año y ni rastro de los elegidos en dos mil cuatro. Aquella cocina olía a podrido desde hacía tiempo, pero en lugar de cambiar las tuberías, prefería hacer lo propio con la pila donde se acumulaban los platos sucios dejados por los oponentes. Obviamente, los platos seguirían allí, pero entre tanto jaleo quedarían relegados a un segundo plano.

Enroque político. Qué gran jugada acababa de efectuar para quedar algo más protegido de los ataques de la oposición, que ya no sólo era azul, sino también roja, verde, morada e incluso arco iris. Sin embargo, aún quedaban sus fieles compañeros de la coalición, quienes le apoyarían aunque decidiera ventilarse el Valle de los Caídos en defensa de la Memoria Histórica; siempre se postraban a sus pies para aceptar sobornos, obviamente legales, y que en el argot político se conocían como "pactos".

Ya se había estudiado de memoria el opiáceo discurso que habría de darles para aplacar toda réplica, en especial la agresiva, aunque irrisoria y poco convincente, letanía de su barbudo antagonista. Nadie se creería una sola palabra, pero al menos ganaría tiempo, incentivaría la elaboración de encuestas y avivaría el clima de tensión política, perfecto para poder navegar con rumbo a dos mil doce.

Llegaron sus camaradas, unos más felices que otros, y todos con maletín. Se estrecharon manos, profirieron abrazos y dieron besos. Las cámaras echaban humo. Había procurado asegurar el futuro individual de cada miembro del equipo, pero tuvo que aplicar recortes. En concreto, lamentaba especialmente la disgregación de su Ministerio favorito, el de la pipiola del partido, apuesta personal. La pobre llegó como estandarte de la segunda legislatura para dar un golpe de efecto, y se convirtió en sparring de las rubias facinerosas de camisa azul. Desde un principio careció de crédito para los medios de comunicación, quienes cuestionaron en todo momento la credibilidad y valía de su trabajo, y convertían en parodia todas sus declaraciones. Ahora la tenía ante él y se sintió algo decepcionado consigo mismo – eso sí, la sonrisa siempre reluciente, y la penitencia metida en las entrañas –, pues muchas veces no le había quedado otra salida que utilizarla como señuelo para despistar a los depredadores de la oposición. Seguro que lo entendería, lo importante era conseguir la victoria en las urnas. En cuanto ella le dio la espalda, se percató de que tenía un buen trasero, y durante unos segundos meditó profundamente si se había equivocado al pasarla a cuchillo tras sólo dos años en el cargo. Accidentalmente contempló la espalda de la vicepresidenta saliente, y reafirmó su idea de que con ella no se había equivocado.

Apareció un asesor y le informó sobre las primeras impresiones entre la masa social. Según algunos, la imagen del equipo se veía reforzada con pesos pesados. No les faltaba razón, pues necesitaba a gente con carisma. Se dijo en broma que podría haber contado con unos cuantos mineros chilenos, cuyo valor mediático estaba en alza. Otros opinaban que estaba preparando la cama a su sucesor. Se dijo que a él no le importaría compartir colchón, siempre y cuando continuara cuatro años más en el poder.

La pequeña fiesta de bienvenidas y despedidas estaba relegando a un segundo plano las cinco enmiendas a los presupuestos de dos mil once, las cuales iban a ser un puro trámite. Escuchar las memeces de su rival le daban ganas de hacer un crucigrama en su sillón favorito, pero era necesario soportar con estoicismo sus estocadas ladeadas; formaba parte del juego político, y a él le encantaba jugar. Había nacido para eso.

Suspiró y entró en la Moncloa. Al fin y al cabo, no dejaba de ser otra monótona mañana calcada a las demás.

3 comentarios:

  1. Echaremos de menos a Bibiana Aído, injustamente despreciada por ser joven, mujer y llevar una cartera cuya necesidad es directamente proporcional a las críticas que ha generado.

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  2. no soporto las mentalidades cuadriculadas, sean de derechas o de izquierdas ( las hay en los dos sentidos).Solamente cuando te aproximas al centro eres capaz de ver el "tráfico" con mucha más objetividad.Defender o justificar las memeces de unos resaltando las memeces del adversario, se convierte en otra memez proporcional.

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  3. No estoy del todo de acuerdo contigo, Anónimo. Opino que la objetividad se consigue siendo apolítico y no teniendo ideas de centro, es decir, viendo las cosas desde fuera en lugar de estar justo en mitad del campo de batalla.

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