viernes, 21 de diciembre de 2012

Apocalipsis y pianos


¿Hola? ¿Seguís en línea? ¿Me leéis? Eso me consuela, pensé que nunca llegaría a escribir la historia número 100 del blog, y qué mejor día que éste, el del Apocalipsis apócrifo.

No es que quiera dármelas de listillo ahora que ha salido el sol, es que nunca llegué a creer que el mundo se fuera a acabar hoy. No nos merecemos una extinción tan épica. Es más, seguramente la raza humana, cuyo mayor error fue comenzar a existir, acabe sus días sepultada bajo siete mil millones de pianos caídos desde las azoteas.

Tengo un amigo que siempre hace el mismo camino de vuelta a casa cuando termina su jornada de trabajo. Pasa junto a un tanatorio y me dice que nunca, en los más de quinientos días que lleva realizando el trayecto, ha visto una sola lágrima resbalar por la carne viva. Le digo que a lo mejor da la casualidad de que aquel tanatorio es adonde van a parar las personas que merecen morir.

–Yo creo que es más una causa de fondo –me responde–, que los muertos están vivos por fuera.

O igual es que han alcanzado la iluminación como Santa Teresa, le replico. También puede que estén tan ocupados tuiteando el funeral y subiendo las fotos del ataúd a Instagram que se les olvida llorar. Cualquier cosa es posible en los estertores de la tecnovida, o vida 2.0.

Mi amigo se pasa el día entero pensando en la levedad y la muerte, y ha llegado a la conclusión de que no tiene miedo a morir, sino a la agonía. Vamos, que si hoy hubiera llegado el fin del mundo, le habría gustado verlo por una tableta digital y, al finalizar el reportaje, apagar el dispositivo y desconectar su cerebro. Así de fácil. Hacer un esfuerzo físico ya no tiene sentido ni para morir.

Amigos, aún no ha terminado el día, así que vigilad vuestras cabezas: hay infinidad de pianos acechando en las alturas.

1 comentario:

  1. Tengo miedo a varias cosas, tal vez a demasiadas, pero la muerte no es una de ellas. Me está esperando apostada a la vuelta de la esquina y yo lo sé. Pero sucede un poco como en esas malas películas de miedo en las que sabes perfectamente cuando se va a producir cada susto: aunque lo sabes, te asustas. Seguro. Abrazos y Feliz Navidad.

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